La Paz Porfiriana (Historias de Jalisco)

Miér 26 Oct 2011, 1:58 pm

Saludos al foro, no me vayana a "Banear" este Posto nada tiene que ver con otro anterior que sali aqui en el foro, es solo una mas de las historias de nuestro Estado asi que ahi va...

A fines del siglo XIX más específicamente allá por el año de 1884, en el estado de Jalisco se había desatado una ola de crímenes robos y secuestros porque había gran cantidad de maleantes que eran los remanentes de las guerras de Reforma los cuales asaltaban los caminos y caían en los ranchos y las haciendas para robar y matar impunemente.

En la ciudad de Guadalajara, los barrios bajos como San Juan de Dios estaban llenos de mal vivientes y por las noches no se podía salir después de las siete.

En Ocotlán existían dos gavillas de bandoleros una se ocultaba por el camino viejo de Zula y la otra en los cerros del camino a Jamay las cuales invariablemente asaltaban a todo aquel que se atreviera a cruzar solo por estos caminos, pues con el fin de salir de los pueblos necesitaban juntarse muchas personas para cuidarse unos a otros.

En ese tiempo de gobernador el general Francisco Tolentino que había sido impuesto por el presidente de la República el general Porfirio Díaz, con el mandato expreso de que apaciguara a todo el estado al precio que fuera. Porque en aquel tiempo las gavillas de bandoleros eran los dueños de todos los caminos que rodeaban a los pueblos. Para realizar su delicada tarea el gobernador por medio de agentes secretos especiales se informó en los barrios bajos de la ciudad de Guadalajara quienes eran los líderes de las pandillas de malandrines, y los mandó llamar, muchos de los cuales estaban en las cárceles y los mandó sacar y cuando los tuvo en su presencia; les ofreció pagarles 100 pesos oro nacional por cada uno de los cabecillas de las gavillas de bandoleros y que se los trajeran vivos o muertos.

Y como estas personas se movían en los barrios bajos conocían perfectamente quienes eran los malandrines más buscados y durante un año estuvieron llevándole uno por uno a todos los cabecillas de estos bandoleros, y el gobernador religiosamente les pagada sus cien pesos por cada uno.

Estos bandoleros eran llevados directamente al penal de Escobedo y allí sin formación de causa, eran fusilados y enterrados dentro de la misma prisión, sin que sus familiares supieran exactamente que les había pasado.

Cuando los campos de Jalisco quedaron libres de cabecillas el gobernador mandó llamar a este grupo de soplones para hacerles una gran fiesta, en donde hubo comida, vino y mujeres para que se divirtieran toda la noche.

Por la madrugada cuando ya estaban todos ebrios, el gobernador ordenó que los fusilaran a todos, para que no hablaran y además eran los últimos que quedaban de los malandrines más buscados. Es así como limpiaron a Jalisco de todas las bandas que merodeaban los pueblos, quedando pacificado todo el estado. La paz de don Porfirio, era la paz de los sepulcros.