Cuando el Barón Guillermo Alejandro de Humboldt estuvo en esta capital y supo personalmente de la riqueza de nuestras minas, afirmó que, como productoras de oro plata, eran las más ricas del mundo: las de Rayas y Valenciana, que sobresalieron por sus abundantes bonanzas.
Pues bien, por esos tiempos era costumbre dedicar a algún Santo, ya un tiro, bien un campo de labor o de toda una mina.
Así fue en cierta ocasión; la mina que se hallaba en bonaza fue encomendada a la Virgen Patrona de Guanajuato en el día de la dedicación.
Riquísimo lote de joyas fue depositado en un cofre de madera preciosa, debidamente custodiado. En una diligencia se envió al mineral.
Así lo creyeron al menos los ricos señores, pero en realidad otra cosa fue la que pasó:
Un célebre bandido que merodeaba por el Estado de Jalisco recibió santo y seña de la salida del tesoro, y ni tardo ni perezoso, con una gavilla asaltó el carruaje que conducía el cofre sagrado, porque en efecto habíalo bendecido el señor Cura antes de partir.
La noticia del sacrilegio robo se extendió luego como reguero de pólvora y hasta hubo un grupo de valientes que se dieron a la persecución de los bandidos, aunque infructuosamente.
Pasó el tiempo, el suceso casi se había olvidado, hasta que un día, a la choza de un campesino que vivía no sólo con pobreza, sino en la más completa miseria, se presentó un hombre que revelaba ser de grandes posibilidades económicas, quien le preguntó si quería trabajar.
-“Claro que sí, señor, Dios sabe cuánto lo necesito”.
-“Bien, sígueme” – le dijo.
Y juntos llegaron al primer tendajón que había a orillas de la ciudad. Allí compraron una reata y luego siguieron la vereda que conduce a la falda del cerro del Meco.
Treparon por la montaña hasta la cumbre; al llegar a un determinado lugar, donde había una gran peña, el hombre desconocido, que todo ese tiempo había guardado silencio, en breves palabras dio a entender a nuestro campesino que entre los dos tenían que mover aquel peñasco, tirando de los extremos de la reata, que hicieron pasar por detrás de la gran mole.
Varias veces hubo que intentarlo hasta que al fin la piedra empezó a ceder, dejando al descubierto un pozo profundo y negro.
Nuestro pobre ranchero sintió miedo, pero la idea de ganarse unos centavos le dio nuevas fuerzas.
Usando de un extremo de la soga, tuvo que bajar por la boca del gran agujero, mientras el otro habíase amarrado a un árbol vecino.
-“Encontrarás allá abajo – le dijo el misterioso personaje – un cadáver, que tal vez sea ya esqueleto, varias telegas de dinero de las cuales puedes tomar cuanto quepa en tu patio como pago por tus servicios, pero lo que más importa, es que saques un cofre”.
El humilde mozo, temblando de miedo descendió hasta el fondo. En efecto, allí estaba el esqueleto, entre pedazos de tela que debió ser su vestido.
Las talegas también estaban allí.
El miedo era mayúsculo, pero el hambre era más fea todavía.
Así que, haciendo de “tripas corazón” cumplió la orden recibida. Incluyendo lo de llenar el patio.
Después de un rato salió a la superficie, convulso, aterrado y sin poder abrir la boca para pronunciar palabra.
-“Por fin puedo descansar tranquilo – dijo el hombre aquél con aspecto de gran señor – lleva este cofre a la Basílica de Guanajuato y entrégaselo al sacerdote que esté de turno”… y, exhalando un hondo gemido cayó al suelo sin vida. Era el bandido temible y feroz que con su gavilla había asolado los alrededores.