En mi Amatitán Jalisco

Lo conocí hace años, un tipo jocoso, pisteador y muy bromista. Siempre me había invitado a echarnos unos tequilas, pero no me animaba.

Uno conoce a la gente a medias y nunca sabe lo que tiene dentro, lo que piensa, lo que la hace ser. Él llevaba mucho tiempo queriendo platicarme algo. Pero ¿Quíen en sus cinco sentidos lo haría? Algo tan delicado no se dice así, sin más ni más.

Me dijo

- Te voy a contar algo, pero no te burles. Llevo años queriéndote contar, pero no me animo. Me pasó en la infancia.

No sé a ustedes, pero cuando me dijo eso, quise decirle que no soy la persona indicada para dar consejos ni mucho menos. En lo personal las cosas muy profundas que dejan huella en los seres, me desmotivan y no sé que hacer.

- Era yo un niño. Don José pasó a mi casa y me prometió unas monedas si lo acompañaba al campo a hacerle un favor.

En mis tiempos de infancia era normal. Nos íbamos al campo desde niños a sembrar y trabajar, entonces por unos pesos siempre había alguien dispuesto a ir al campo.

- Don José me llevó a un lugar en el llano (me dió el nombre, pero no lo recuerdo, porque no era importante en el relato). Llegó una parte del camino donde se detuvo y me dijo "yo hasta aquí puedo llegar. Tú ve caminando, luego doblas a la derecha en la vereda, te seguirás hasta un guaje, doblas a la izquierda rumbo al cerro. Verás una cueva, te metes hasta el fondo, mueves una piedra falsa, la notarás en cuanto la veas. Sacas de ahí un puño de monedas y te vienes corriendo. No te detengas, no mires atrás, corre con todas tus fuerzas."

Yo hice caso a las indicaciones. Caminé, viré, caminé, llegué a la cueva, vi la piedra, la moví y saqué las monedas. Las puse en mi camisa. En eso escuché un tropel de caballos que se pararon afuera. Sólo uno se bajó del caballo y se dirigió a mi a gritos. "Deja eso, no es tuyo" me dijo. Yo agarré las monedas y quise correr, cuándo me inquirió "¿Quién te manda?" Yo respondí "Don José". Luego dijo "Dile a ese c...abrón que no se haga pen...dejo qué ya sabe qué tiene qué hacer para venir a sacar este dinero. Traelo en persona a él."

Yo no dejé las monedas y salí corriendo y el tipo me gritó tan fuerte, que aún en las noches lo recuerdo. "¡Deja las monedas!" La tierra retumbaba a cada grito "¡No son tuyas!, ¡Que las dejes!" Fue lo último que escuché. Caí desmayado por el último grito.

Desperté días después en casa. No pude hablar mucho tiempo. Don José iba a diario a verme, estaba angustiado. Al ver que me tardaba fue al pueblo a buscar ayuda. Por obvias razones él no podía ir a recogerme. Lo estaban esperando en ese lugar. Cuando abrí los ojos su mirada fue inquisitoria y le dije "No se haga p...en...dejo usted sabe qué tiene qué hacer."

Dos años duró mi amigo sin poder hablar más allá de esa última frase. Nadie preguntó más. Nadie sabe qué tan escalofriante es ese grito.

Quedamos largo rato callados. Luego, como si no hubiera pasado nada, volvimos al trabajo.

Asinello