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Derrrotero del Corral de Majoma "La Breña Durango"
Mar 12 Mar 2013, 12:07 pm
Mes
de octubre del año de de 1727, en una tarde lluviosa y bastante fría.
Yo, Nicolás Castillo, capitán de una cuadrilla de bandoleros, fui hecho
comandante por José Ramírez, indio zacatecano por cierto muy valiente,
que resultó herido de gravedad en un asalto que efectuamos en las
cercanías de la hacienda de Juana Guerra, a un tren de carretas cargadas
de mercancías, que iba con destino a Durango.
Al sentir la proximidad de la muerte, Ramírez me mandó llamar. En esos
momentos me encontraba atendiendo los caballos. Me presenté, y delante
de todos me dejó en el mando, regalándome su caballo, un magnífico
animal tordillo melado de finos remos y bonita estampa, el cual había
robado en la hacienda del chorro, propiedad del Marqués de Torre Campo.
En esa desapacible tarde, refugiado en una cueva situada en lo mas
intrincado de la breña, y acompañado de mis hombres, que sentados
alrededor de una fogata mataban el tiempo contando cuentos y fumando sus
cigarros de hoja, esperaba de un momento a otro el aviso del vigía, de
la llegada de juan castro, criollo natural de la hacienda de santa
catalina del álamo, de la cual era el amo el conde del álamo.
Había mandado llamar a castro por medio de un galgo, con toda su gente,
para que lo más pronto posible se reunieran con nosotros, a fin de
planear el asalto a una conducta de ocho atajos de mulas que iban a
salir de Durango rumbo a México, cargadas con barras de plata y
posiblemente de oro. Esto según el aviso que no había hecho llegar uno
de los nuestros, pues teníamos de dos a tres espías en todos los
mesones.
En lo más alto de un risco cercano, el vigilante, entumido y bastante
mojado su grueso jorongo, renegaba de la mala suerte que le había
deparado tan molesta e incómoda guardia, ya que ni el consuelo tenía de
fumarse un cigarro, por tener húmeda la yesca. Miraba ansioso las
cercanías tratando de divisar la llegada del criollo castro y su gente, o
bien, la proximidad de extraños, para dar aviso a la gente que abajo
descansaba.
Por fin, ya casi al oscurecer, el vigía nos avisó de la llegada de Juan
Castro, quien para identificarse, desde un determinado lugar debía de
adelantarse a sus hombres y enarbolar su tercerola con un trapo amarrado
en el cañón, según el santo y seña convenidos.
Reunida ambas gavillas, después de los saludos de rigor y de saborear
unos tragos del buen mezcal que castro traía de los tinacales de nombre
de dios, se atizó el fuego para preparar nuestra cena, y para que los
recién llegados pusieran a secar sus ropas. Mientras los improvisados
cocineros daban fin a su tarea, castro y yo nos dirigimos al lugar donde
teníamos los caballos, para ordenar que se les alimentara en
abundancia, ya que saldríamos en la madrugada.
En el transcurso de la cena, devorábamos un costillar de res, que se
doraba lentamente, despidiendo un aroma muy agradable y con mejor sabor,
pues esa carne que castro había traído envuelta en una manta hambreada,
la preparamos con sal y la pusimos al fuego en unas horquetas. A
nosotros se nos había terminado la existencia desde varios días, pero la
carne no era problema, ya que en el monte había bastantes cabezas de
ganado, propiedad de los hacendados y disponíamos de ellas para nuestra
alimentación; claro sin permiso de los dueños.
Estuvimos discutiendo sobre el lugar mas apropiado para el asalto.
Estuvimos de acuerdo todos, y optamos por efectuarlo en la subida
conocida como la lajita, situada en el camino real de Durango a México,
entre la hacienda del ojo, propiedad de los yandiola, y el puerto del
conejo, lugar muy adecuado para estos menesteres.
Una vez terminada la cena, y escogido el terreno para dar el golpe,
ordené el relevo de los vigilantes y cada uno vino y escogió su lugar
dentro de la cueva, donde harían el intento de dormir envueltos en sus
frazadas, ya que la atención que antecede a un combate, casi siempre le
impide a uno conciliar el sueño.
Poco antes de que el lucero se asomara en el cielo, y después de tomar
unos hirvientes tragos de yerbanís para mitigar el frío, partimos rumbo a
la lajita para emboscarnos y esperar la llegada de la conducta de
mulas, que tarde o temprano aparecería en el sitio, por ser el único
camino. Aún oscura la mañana, distribuí la gente, unos emboscados entre
los árboles, y otra parte los mandé a proteger ambos extremos del
camino.
El resto, esperamos al pie de los caballos, listos para montar al aproximarse el objetivo.
Fue una sorpresa total, tanto para los arrieros como para la escolta;
pero aún así, presentaron una enconada resistencia, que nos ocasionó 14
muertos y 11 heridos. A ellos les fue peor, ya que en el campo quedaron
tendidos 12 arrieros y 19 hombres de la escolta; el resto los tomamos
prisioneros, y entre ellos figuraba el comandante, un español de
apellido cañedo, quien se encontraba herido y al cual le sacamos la
información que no interesaba.
Nos manifestó que el atajo de mulas golondrinas a su mando, cargaba
tejas de oro destinadas la mitad como regalo para la reina de España, en
recompensa por los favores que recibió cuando en España se encontraba
el donador, conde de branciforte. La otra mitad del botín que
capturamos, iba como dote para la boda de la condesita ana maría, hija
de branciforte, que estaba próxima a contraer matrimonio con el duque de alba.
El cargamento de plata era también de la propiedad del citado conde.
Una parte iba para la corona, y otra para el pago del azogue, el diezmo
de la iglesia; contenía igualmente lo que al virreinato correspondía, y
el pago de un préstamo
que en forma personal le había hecho a branciforte, el marqués de sierra
nevada. El resto ingresaría en las arcas de su propiedad.
Una vez obtenidos los datos que nos importaban procedimos a colgar de
mezquites y huisaches a todos los prisioneros, ya que a ninguno se le
podía perdonar la vida, pues una vez en libertad, lo primero que harían
sería denunciarnos; que era lo que menos nos importaba, porque al no
llegar las mulas a su destino, de inmediato comenzaría la intensa
búsqueda, pero nosotros con el tiempo ganado, podríamos ponernos a
distancia de los sabuesos. Terminada la macabra tarea, procedimos a
llevar el oro y la plata a nuestro escondite predilecto, el corral de
Majoma. En la tarea consumimos tres días, ya que de las 80 mulas de que
constaba la recua, algunas resultaron muertas, y además lo difícil del
camino hacia muy lento el traslado.
Cuando terminamos de ocultar perfectamente este tesoro, borradas todas
las huellas que habíamos dejado, y estando ya escasos de algunas
provisiones, Juan Castro se ofreció para conseguirlas y traérnoslas, y
partiendo con ocho de sus hombres, se marchó a media tarde, con rumbo de
cuencamé. Castro tenía interés, más que de traernos provisiones, en
darse una vuelta por el presidio del pasaje, donde tenía sus amoríos con
una mujer de ese lugar; lo que ignoraba, era que Micaela, que así se
llamaba la damisela en cuestión, ya también estaba en amoríos con el
comandante del presidio capitán Antón Fernández de Valdés; amorío que a
la postre causaría la ruina de más de cuatro gavillas que en los
alrededores de Durango merodeábamos.
El asalto y robo a la conducta de mulas propiedad del Conde de
Branciforte, fue la gota que derramó el vaso, ya que las altas
autoridades clamaron justicia, y exigieron nuestras cabezas al
gobernador de la Nueva Vizcaya, don José Sebastián López de carvajal,
que a su vez le exigió el encargo al comandante de la milicia capitán
José Francisco Quiñones de Terán, quien de inmediato tomó las
providencias necesarias para la identificación de la cuadrilla de
asaltantes.
Mientras tanto castro, había citado a Micaela en un lugar conocido por
el tanque, cercano al presidio del pasaje. No sé si castro en medio de
los transportes amorosos, le haya dicho a Micaela que nosotros éramos
los asaltantes, o simplemente ella lo sospechó por algún desliz en la
conversación del criollo o alguno de sus hombres. La cosa fue que mas
tardó castro en retirarse del lugar, que Micaela en ir con su amante
militar para darle toda la información que obtuvo de mi cómplice.
El capitán Fernández de Valdez, al tener conocimiento de que castro
iría a Cuencamé por provisiones y con ellas volvería a la breña, pensó
con toda lógica que los bandidos para ahorrarse tiempo y molestias,
tomarían el camino real hasta la hacienda que fue de Don Rodrigo río de
losa, y ahí cortarían rumbo a nosotros. Así que armó a toda su gente
partiendo de inmediato rumbo a la cuesta de Vizcaya, donde emboscado
esperaría a los bandidos.
Nosotros mientras tanto, veíamos disminuir nuestros alimentos y al ver
que en seis días no regresaban los aprovisionadores, comenzamos a tener
una desgracia, por lo que ordené el cambio de paraje, ubicándonos en una
meseta que tenía una salida natural perfectamente disimulada y conocida
por muy poca gente. Redoble la vigilancia escalonando los vigías en el
día. En la noche obstruíamos las veredas con ramas y piedras, para que
si alguien pretendiera pasar, al mover las ramas, las piedras rodaran
haciendo ruido que nos alertara.
Los caballos los teníamos ensillados, con el cincho flojo. Los frenos
colgaban de la cabeza de la silla, teniendo puesto las bestias
únicamente el bozal; las árguenas listas, llenas de tasajo y esquite
amarrados a los tientos, y algunas onzas de oro, por lo que el tiempo
pudiera escoger.
Cuando castro cumplió una semana sin volver, una madrugada, nos
despertaron los centinelas, manifestando que habían escuchado ruidos en
dirección de nuestra anterior guardia. Puse a todos mis hombres sobre
las armas, se ajustaron las sillas de montar y enfrenaron los caballos,
enviando gente a que notaran la identidad de los intrusos. Podía ser
castro de regreso.
Al clarear un poco más la madrugada regresaron los enviados con la
novedad de que era gente del gobierno y que se movían en dirección de
nuestro escondite. De momento me invadió el pánico, pero me sobrepuse
al verme observado por mis hombres, que aguardaban mis órdenes con
expectación. Pensando que la gente enemiga era alguna patrulla con poca
tropa, se los hice saber a mis compañeros, y les pregunté si
aprovechando el resto de oscuridad, huíamos o les presentábamos batalla.
En esto último todos estuvieron de acuerdo, por lo que desde luego
tomamos posiciones para batir al enemigo tan pronto como se pusiera al
alcance de nuestras armas, cosa que sucedió antes del amanecer. Les
destrozamos las avanzadas, y cuando creíamos haber triunfado, vimos con
espanto a la luz del día que cuando menos 300 hombres trataban de
cercarnos, cosa que habrían logrado si nos quedamos en el lugar donde
castro nos había dejado, pues aquel paraje si estaba completamente
rodeado.
Las tropas del gobierno, al notar que no estábamos en el lugar que
ellos pensaban, ordenaron su movimiento envolvente a nuestra nueva
posición, por lo cual nosotros optamos por la retirada. Ya para esos
momentos teníamos varios muertos y algunos heridos, de los que no podían
montar, se ofrecieron a cubrir nuestra salida, disparando hasta ser
muertos, porque sabían que la lucha era sin cuartel.
Salimos por un escape oculto, de dos en dos, ya que era estrecho. Una
vez afuera del cañón, reagrupada la gente, nos dirigimos con rumbo de
san José de Tuitán. Pero vaya sorpresa la que tuvimos al dar la vuelta a
un recodo de la vereda, pues nos topamos con una vanguardia de tropa
que recorría esos contornos. La sorpresa fue mutua, pero reaccionamos
más pronto nosotros, por lo que a todo galope los arrollamos. De todas
maneras esta ocasión nos costó la pérdida de varios hombres, y sin
esperar a que llegara el grueso de la tropa del gobierno alertada por
las detonaciones, ordené desbandada general, y como punto de reunión los
órganos, lugar cercano al pueblo del calabazal. Conmigo siguieron
cinco de mis compañeros, que a media rienda tomamos rumbo al sur.
Jamás llegamos a los órganos. Fue tanto el acoso, que atravesando la
sierra, fuimos a dar cerca de la hacienda de Valparaíso. En una de sus
estancias obligamos a los peones a que nos cambiaran los caballos, ya
que nuestros animales se encontraban en malas condiciones. Después de
comer y con algo de alimento que a viva fuerza obtuvimos de ellos,
continuamos nuestro camino. Como táctica dábamos rodeos, tratando de
despistar a nuestros perseguidores, ya que lo que yo pretendía era
llegar a jerez, pues en ese lugar tenía parientes y compadres. Además,
en un lugar cercano había un entierrito con bastante oro y plata, con
los cuales podíamos irnos a Guadalajara, a esperar que se calmaran los
ánimos.
Desgraciadamente, eso no sucedió, ya que a la altura de la hacienda de
concepción de la calera, propiedad que fue de don diego de Ibarra,
fuimos alcanzados por fuerzas del gobierno que nos capturaron después de
que casi agotamos nuestras municiones, y cuando tres de mis leales
compañeros habían caído muertos, y heridos nos encontrábamos el último
de mis cómplices y yo. Él, después de mucho resistir, falleció en el
camino.
Ahora, en la cárcel de Zacatecas, espero dictamen en mi contra, que no puede ser otro que la pena de muerte.
Hoy es un día 15 de enero de 1728.
de octubre del año de de 1727, en una tarde lluviosa y bastante fría.
Yo, Nicolás Castillo, capitán de una cuadrilla de bandoleros, fui hecho
comandante por José Ramírez, indio zacatecano por cierto muy valiente,
que resultó herido de gravedad en un asalto que efectuamos en las
cercanías de la hacienda de Juana Guerra, a un tren de carretas cargadas
de mercancías, que iba con destino a Durango.
Al sentir la proximidad de la muerte, Ramírez me mandó llamar. En esos
momentos me encontraba atendiendo los caballos. Me presenté, y delante
de todos me dejó en el mando, regalándome su caballo, un magnífico
animal tordillo melado de finos remos y bonita estampa, el cual había
robado en la hacienda del chorro, propiedad del Marqués de Torre Campo.
En esa desapacible tarde, refugiado en una cueva situada en lo mas
intrincado de la breña, y acompañado de mis hombres, que sentados
alrededor de una fogata mataban el tiempo contando cuentos y fumando sus
cigarros de hoja, esperaba de un momento a otro el aviso del vigía, de
la llegada de juan castro, criollo natural de la hacienda de santa
catalina del álamo, de la cual era el amo el conde del álamo.
Había mandado llamar a castro por medio de un galgo, con toda su gente,
para que lo más pronto posible se reunieran con nosotros, a fin de
planear el asalto a una conducta de ocho atajos de mulas que iban a
salir de Durango rumbo a México, cargadas con barras de plata y
posiblemente de oro. Esto según el aviso que no había hecho llegar uno
de los nuestros, pues teníamos de dos a tres espías en todos los
mesones.
En lo más alto de un risco cercano, el vigilante, entumido y bastante
mojado su grueso jorongo, renegaba de la mala suerte que le había
deparado tan molesta e incómoda guardia, ya que ni el consuelo tenía de
fumarse un cigarro, por tener húmeda la yesca. Miraba ansioso las
cercanías tratando de divisar la llegada del criollo castro y su gente, o
bien, la proximidad de extraños, para dar aviso a la gente que abajo
descansaba.
Por fin, ya casi al oscurecer, el vigía nos avisó de la llegada de Juan
Castro, quien para identificarse, desde un determinado lugar debía de
adelantarse a sus hombres y enarbolar su tercerola con un trapo amarrado
en el cañón, según el santo y seña convenidos.
Reunida ambas gavillas, después de los saludos de rigor y de saborear
unos tragos del buen mezcal que castro traía de los tinacales de nombre
de dios, se atizó el fuego para preparar nuestra cena, y para que los
recién llegados pusieran a secar sus ropas. Mientras los improvisados
cocineros daban fin a su tarea, castro y yo nos dirigimos al lugar donde
teníamos los caballos, para ordenar que se les alimentara en
abundancia, ya que saldríamos en la madrugada.
En el transcurso de la cena, devorábamos un costillar de res, que se
doraba lentamente, despidiendo un aroma muy agradable y con mejor sabor,
pues esa carne que castro había traído envuelta en una manta hambreada,
la preparamos con sal y la pusimos al fuego en unas horquetas. A
nosotros se nos había terminado la existencia desde varios días, pero la
carne no era problema, ya que en el monte había bastantes cabezas de
ganado, propiedad de los hacendados y disponíamos de ellas para nuestra
alimentación; claro sin permiso de los dueños.
Estuvimos discutiendo sobre el lugar mas apropiado para el asalto.
Estuvimos de acuerdo todos, y optamos por efectuarlo en la subida
conocida como la lajita, situada en el camino real de Durango a México,
entre la hacienda del ojo, propiedad de los yandiola, y el puerto del
conejo, lugar muy adecuado para estos menesteres.
Una vez terminada la cena, y escogido el terreno para dar el golpe,
ordené el relevo de los vigilantes y cada uno vino y escogió su lugar
dentro de la cueva, donde harían el intento de dormir envueltos en sus
frazadas, ya que la atención que antecede a un combate, casi siempre le
impide a uno conciliar el sueño.
Poco antes de que el lucero se asomara en el cielo, y después de tomar
unos hirvientes tragos de yerbanís para mitigar el frío, partimos rumbo a
la lajita para emboscarnos y esperar la llegada de la conducta de
mulas, que tarde o temprano aparecería en el sitio, por ser el único
camino. Aún oscura la mañana, distribuí la gente, unos emboscados entre
los árboles, y otra parte los mandé a proteger ambos extremos del
camino.
El resto, esperamos al pie de los caballos, listos para montar al aproximarse el objetivo.
Fue una sorpresa total, tanto para los arrieros como para la escolta;
pero aún así, presentaron una enconada resistencia, que nos ocasionó 14
muertos y 11 heridos. A ellos les fue peor, ya que en el campo quedaron
tendidos 12 arrieros y 19 hombres de la escolta; el resto los tomamos
prisioneros, y entre ellos figuraba el comandante, un español de
apellido cañedo, quien se encontraba herido y al cual le sacamos la
información que no interesaba.
Nos manifestó que el atajo de mulas golondrinas a su mando, cargaba
tejas de oro destinadas la mitad como regalo para la reina de España, en
recompensa por los favores que recibió cuando en España se encontraba
el donador, conde de branciforte. La otra mitad del botín que
capturamos, iba como dote para la boda de la condesita ana maría, hija
de branciforte, que estaba próxima a contraer matrimonio con el duque de alba.
El cargamento de plata era también de la propiedad del citado conde.
Una parte iba para la corona, y otra para el pago del azogue, el diezmo
de la iglesia; contenía igualmente lo que al virreinato correspondía, y
el pago de un préstamo
que en forma personal le había hecho a branciforte, el marqués de sierra
nevada. El resto ingresaría en las arcas de su propiedad.
Una vez obtenidos los datos que nos importaban procedimos a colgar de
mezquites y huisaches a todos los prisioneros, ya que a ninguno se le
podía perdonar la vida, pues una vez en libertad, lo primero que harían
sería denunciarnos; que era lo que menos nos importaba, porque al no
llegar las mulas a su destino, de inmediato comenzaría la intensa
búsqueda, pero nosotros con el tiempo ganado, podríamos ponernos a
distancia de los sabuesos. Terminada la macabra tarea, procedimos a
llevar el oro y la plata a nuestro escondite predilecto, el corral de
Majoma. En la tarea consumimos tres días, ya que de las 80 mulas de que
constaba la recua, algunas resultaron muertas, y además lo difícil del
camino hacia muy lento el traslado.
Cuando terminamos de ocultar perfectamente este tesoro, borradas todas
las huellas que habíamos dejado, y estando ya escasos de algunas
provisiones, Juan Castro se ofreció para conseguirlas y traérnoslas, y
partiendo con ocho de sus hombres, se marchó a media tarde, con rumbo de
cuencamé. Castro tenía interés, más que de traernos provisiones, en
darse una vuelta por el presidio del pasaje, donde tenía sus amoríos con
una mujer de ese lugar; lo que ignoraba, era que Micaela, que así se
llamaba la damisela en cuestión, ya también estaba en amoríos con el
comandante del presidio capitán Antón Fernández de Valdés; amorío que a
la postre causaría la ruina de más de cuatro gavillas que en los
alrededores de Durango merodeábamos.
El asalto y robo a la conducta de mulas propiedad del Conde de
Branciforte, fue la gota que derramó el vaso, ya que las altas
autoridades clamaron justicia, y exigieron nuestras cabezas al
gobernador de la Nueva Vizcaya, don José Sebastián López de carvajal,
que a su vez le exigió el encargo al comandante de la milicia capitán
José Francisco Quiñones de Terán, quien de inmediato tomó las
providencias necesarias para la identificación de la cuadrilla de
asaltantes.
Mientras tanto castro, había citado a Micaela en un lugar conocido por
el tanque, cercano al presidio del pasaje. No sé si castro en medio de
los transportes amorosos, le haya dicho a Micaela que nosotros éramos
los asaltantes, o simplemente ella lo sospechó por algún desliz en la
conversación del criollo o alguno de sus hombres. La cosa fue que mas
tardó castro en retirarse del lugar, que Micaela en ir con su amante
militar para darle toda la información que obtuvo de mi cómplice.
El capitán Fernández de Valdez, al tener conocimiento de que castro
iría a Cuencamé por provisiones y con ellas volvería a la breña, pensó
con toda lógica que los bandidos para ahorrarse tiempo y molestias,
tomarían el camino real hasta la hacienda que fue de Don Rodrigo río de
losa, y ahí cortarían rumbo a nosotros. Así que armó a toda su gente
partiendo de inmediato rumbo a la cuesta de Vizcaya, donde emboscado
esperaría a los bandidos.
Nosotros mientras tanto, veíamos disminuir nuestros alimentos y al ver
que en seis días no regresaban los aprovisionadores, comenzamos a tener
una desgracia, por lo que ordené el cambio de paraje, ubicándonos en una
meseta que tenía una salida natural perfectamente disimulada y conocida
por muy poca gente. Redoble la vigilancia escalonando los vigías en el
día. En la noche obstruíamos las veredas con ramas y piedras, para que
si alguien pretendiera pasar, al mover las ramas, las piedras rodaran
haciendo ruido que nos alertara.
Los caballos los teníamos ensillados, con el cincho flojo. Los frenos
colgaban de la cabeza de la silla, teniendo puesto las bestias
únicamente el bozal; las árguenas listas, llenas de tasajo y esquite
amarrados a los tientos, y algunas onzas de oro, por lo que el tiempo
pudiera escoger.
Cuando castro cumplió una semana sin volver, una madrugada, nos
despertaron los centinelas, manifestando que habían escuchado ruidos en
dirección de nuestra anterior guardia. Puse a todos mis hombres sobre
las armas, se ajustaron las sillas de montar y enfrenaron los caballos,
enviando gente a que notaran la identidad de los intrusos. Podía ser
castro de regreso.
Al clarear un poco más la madrugada regresaron los enviados con la
novedad de que era gente del gobierno y que se movían en dirección de
nuestro escondite. De momento me invadió el pánico, pero me sobrepuse
al verme observado por mis hombres, que aguardaban mis órdenes con
expectación. Pensando que la gente enemiga era alguna patrulla con poca
tropa, se los hice saber a mis compañeros, y les pregunté si
aprovechando el resto de oscuridad, huíamos o les presentábamos batalla.
En esto último todos estuvieron de acuerdo, por lo que desde luego
tomamos posiciones para batir al enemigo tan pronto como se pusiera al
alcance de nuestras armas, cosa que sucedió antes del amanecer. Les
destrozamos las avanzadas, y cuando creíamos haber triunfado, vimos con
espanto a la luz del día que cuando menos 300 hombres trataban de
cercarnos, cosa que habrían logrado si nos quedamos en el lugar donde
castro nos había dejado, pues aquel paraje si estaba completamente
rodeado.
Las tropas del gobierno, al notar que no estábamos en el lugar que
ellos pensaban, ordenaron su movimiento envolvente a nuestra nueva
posición, por lo cual nosotros optamos por la retirada. Ya para esos
momentos teníamos varios muertos y algunos heridos, de los que no podían
montar, se ofrecieron a cubrir nuestra salida, disparando hasta ser
muertos, porque sabían que la lucha era sin cuartel.
Salimos por un escape oculto, de dos en dos, ya que era estrecho. Una
vez afuera del cañón, reagrupada la gente, nos dirigimos con rumbo de
san José de Tuitán. Pero vaya sorpresa la que tuvimos al dar la vuelta a
un recodo de la vereda, pues nos topamos con una vanguardia de tropa
que recorría esos contornos. La sorpresa fue mutua, pero reaccionamos
más pronto nosotros, por lo que a todo galope los arrollamos. De todas
maneras esta ocasión nos costó la pérdida de varios hombres, y sin
esperar a que llegara el grueso de la tropa del gobierno alertada por
las detonaciones, ordené desbandada general, y como punto de reunión los
órganos, lugar cercano al pueblo del calabazal. Conmigo siguieron
cinco de mis compañeros, que a media rienda tomamos rumbo al sur.
Jamás llegamos a los órganos. Fue tanto el acoso, que atravesando la
sierra, fuimos a dar cerca de la hacienda de Valparaíso. En una de sus
estancias obligamos a los peones a que nos cambiaran los caballos, ya
que nuestros animales se encontraban en malas condiciones. Después de
comer y con algo de alimento que a viva fuerza obtuvimos de ellos,
continuamos nuestro camino. Como táctica dábamos rodeos, tratando de
despistar a nuestros perseguidores, ya que lo que yo pretendía era
llegar a jerez, pues en ese lugar tenía parientes y compadres. Además,
en un lugar cercano había un entierrito con bastante oro y plata, con
los cuales podíamos irnos a Guadalajara, a esperar que se calmaran los
ánimos.
Desgraciadamente, eso no sucedió, ya que a la altura de la hacienda de
concepción de la calera, propiedad que fue de don diego de Ibarra,
fuimos alcanzados por fuerzas del gobierno que nos capturaron después de
que casi agotamos nuestras municiones, y cuando tres de mis leales
compañeros habían caído muertos, y heridos nos encontrábamos el último
de mis cómplices y yo. Él, después de mucho resistir, falleció en el
camino.
Ahora, en la cárcel de Zacatecas, espero dictamen en mi contra, que no puede ser otro que la pena de muerte.
Hoy es un día 15 de enero de 1728.
- Jose AlcarazExperto del Foro
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Edad : 71
Localización : jalisco
Frase Célebre : despacio que voy de prisa
Fecha de inscripción : 20/06/2011
Puntos : 5599
Re: Derrrotero del Corral de Majoma "La Breña Durango"
Mar 12 Mar 2013, 12:24 pm
muy bueno lastima que ya lo sacaron.
_________________
Saludos.
José A.
- juangrExperto del Foro
- Cantidad de envíos : 304
Edad : 44
Localización : Nayarit
Fecha de inscripción : 10/11/2011
Puntos : 5288
Re: Derrrotero del Corral de Majoma "La Breña Durango"
Mar 12 Mar 2013, 12:50 pm
Cuente compañero como es q fue q lo sacaraon como estubo
- Jose AlcarazExperto del Foro
- Cantidad de envíos : 334
Edad : 71
Localización : jalisco
Frase Célebre : despacio que voy de prisa
Fecha de inscripción : 20/06/2011
Puntos : 5599
Re: Derrrotero del Corral de Majoma "La Breña Durango"
Mar 12 Mar 2013, 1:25 pm
_________________
Saludos.
José A.
- juan arturo najeraVoz de la Experiencia
- Cantidad de envíos : 121
Edad : 46
Localización : Zacatecas. Zac.
Frase Célebre : No hay tesoro mas valioso ni que al hombre mas convenga que encontrar al dios oculto y con el la vida eterna.
Fecha de inscripción : 07/10/2010
Puntos : 5350
Re: Derrrotero del Corral de Majoma "La Breña Durango"
Vie 15 Mar 2013, 5:30 pm
Ay muchas versiones diferentes de derroteros acerca de este
tesoro pero como dice el compañero ya lo sacaron.
tesoro pero como dice el compañero ya lo sacaron.
- GalileoGran Experto del Foro
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Edad : 51
Localización : Obregon Sonora
Frase Célebre : SI PUEDES CREER AL QUE CREE TODO LE ES POSIBLE PALABRAS DEL MAESTRO DE GALILEA
Fecha de inscripción : 13/12/2012
Puntos : 5879
Re: Derrrotero del Corral de Majoma "La Breña Durango"
Vie 15 Mar 2013, 7:00 pm
Hola compañeros yo creo que todavia deben de quedar algunos guardados de estos asaltantes; en ese relato no se mencionan imagenes que es parte de lo reportado de ese allazgo, hay que tener mucho cuidado,esfuerzo y perseverancia y obtener el respectivo permiso y con el favor de Dios se puede localizar algo mas; les deceo bendiciones estamos en contacto.
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