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El caso de la Cripta de la Familia Chase  Empty El caso de la Cripta de la Familia Chase

Miér 09 Oct 2013, 8:22 pm
El caso de la Cripta de la Familia Chase  775f4f2279d1ef3bdb2b6b594110a60fo
 
La bahía de Oistín, en la costa sur de la isla de Barbados, en las Indias Occidentales, se asemeja a la publicidad de los carteles turísticos que anuncian viajes al Caribe. Pero su fama turística no se debe a palmeras ondulantes ni a las arenas coralinas. Aquí, en el cementerio de la Iglesia de Cristo, se encuentra uno de los mayores enigmas del siglo antepasado y que hasta el momento no ha recibido una solución satisfactoria.

El cementerio no es sino una gran cripta masiva, construida en parte sobre la superficie y en parte bajo tierra. El día de hoy está vacía por completo y este vacío representa su secreto. Esto es porque la cripta no pudo emplearse para su propósito  original, como una cámara dignificada  y tranquila de reposo para los muertos.

En los registros de la iglesia se hace referencia a la tumba como la cripta Chase, aunque otras personas, que no pertenecían a la familia, recibieron sepultura en su interior. Una bóveda mortuoria semejante costaba una pequeña fortuna hace 203 años. Esta construida de inmensos bloques de roca de coral, pegados firmemente con cemento; la cripta está hundida 70 centímetros dentro del duro terreno calizo. El techo, abovedado en el interior, aparece plano sobre la superficie. El interior mide 4 metros de largo por 3 de ancho. La entrada, ubicada a un lado, estaba cerrada con una enorme y pesada losa de mármol azul de Devonshire, misma que proporcionaba a la estructura el aire de una fortaleza, y un aura de impenetrabilidad egipcia.

Nada se sabe acerca de la primera persona sepultada aquí, excepto su nombre. Se trataba de una mujer que en vida llevaba el nombre de Thomasina Goddard; su féretro se colocó dentro de la cripta el 31de julio de 1807.  

El 22 de febrero de 1808 siguió el ataúd de la pequeña Mary Anna Chase, que murió de causas desconocidas a la edad de dos años. Después, el 6 de julio de 1812, llegó Dorcas, una hermana mayor de Mary Anna, cuyo deceso levantó murmuraciones en el poblado. Se hablaba de que la chica había sido atormentada por su tiránico padre y que ella se había suicidado rehusándose a comer. Sea cual haya sido la verdad, el funeral se efectuó sin ningún contratiempo.

Los eventos
Cuatro semanas más tarde, la tumba tuvo que abrirse nuevamente para recibir los restos mortales del honorable Thomas Chase, el jefe de la familia. Chase era considerado por la opinión general como una persona difícil y muchos en la isla le odiaban. Conforme la lámpara iba iluminando la cámara, se hizo claro que algo extraño había sucedido. Los féretros no se encontraban en sus posiciones originales. El de la infante Chase había sido arrojado, con la cabeza hacia abajo, a la esquina opuesta, en tanto que el de la señora Goddard se encontraba sobre un costado, contra la pared.

Los miembros del cortejo fúnebre se sintieron indignados ante tal profanación, culpando de ella a los obreros negros del cementerio. Los negros parecían estar más molestos, aunque por una razón diferente. Los ataúdes fueron colocados de nuevo, con todo respeto, en orden; se añadió el de Thomas Chase a la hilera y se cerró una vez mas la cripta.

Y pasaron 4 años. El 25 de septiembre de 1816, la lúgubre losa de mármol en la entrada del sepulcro se alzó hacia un lado para dar entrada a un niño. El amo Samuel Brewster Ames había muerto a la edad de 11 meses. Al entrar el grupo acompañante de dolientes a la cámara, clavaron la vista y quedaron horrorizados. ¡Los profanadores habían hecho de las suyas una vez más! Los cuatro féretros yacían volcados en salvaje desorden.

La reacción inmediata fue de absoluta ira. Nadie dudaba en ese momento que se trataba de la obra de “asquerosos” negros. El mes de abril anterior, Barbados había sido escenario de uno de los muchos malogrados levantamientos de los esclavos, rebeliones que bañaban periódicamente en sangre las Indias Occidentales. La rebelión fue  aplastada con éxito, como eran la mayor parte de ellas. Esta profanación a los muertos era, claramente, un acto de venganza.

Pero una vez que se apaciguó el primer alboroto de enojo, los hechos comenzaron a verse menos obvios. La cripta contaba únicamente con una entrada y la losa de mármol que la protegía se había encontrado firmemente en su sitio. El cemento que recubría las orillas de la entrada estaba duro como la piedra.

Además, estaba el asunto de los féretros mismos. El de la señora Goddard era una endeble caja de madera, fácil de mover. Pero el ataúd del honorable señor Chase era tremendamente pesado. Estaba construido por un armazón interior de madera; la caja exterior estaba hecha de plomo. Con Chase dentro del féretro (un hombre que pesaba 118 kilos) habían sido necesarias 8 personas para poner el ataúd en su sitio. Ahora se encontraba sobre su costado. ¿Cómo habían podido los vándalos, cuando menos ocho de ellos, penetrar en la tumba y realizar un trabajo sin que se les hubiera visto?

Los esclavos negros, que ejecutaban todas las faenas pesadas en los sepelios, estaban mucho más turbados que sus amos. Sólo las órdenes bruscas los mantuvieron cerca de la cripta y los hicieron levantar los féretros y colocarlos de nuevo en honroso orden. En esta ocasión, la plancha de mármol fue colocada con especial cuidado.

El siguiente sepelio tuvo lugar el mes de noviembre, solo 52 días más tarde. El fallecido era Samuel Brewster, padre del niño que yacía ya en la cripta. Había sido muerto a palos por sus esclavos durante la revuelta de abril y se le había inhumado temporalmente en otro sitio. Ahora, conforme el cortejo se acercaba a la cripta Chase, una multitud de curiosos fue siguiendo a la procesión. Se había divulgado el rumor de los hallazgos.

En esta ocasión la losa de mármol parecía estar definitivamente sin tocar; fue necesario un esfuerzo considerable para moverla. Pero al caer el primer rayo de luz dentro de la cámara, aquellos que se encontraban más cerca pudieron constatar que el evento había sucedido nuevamente.

Los féretros estaban esparcidos. El armazón de madera de la señora Goddard se había desarmado, si bien fue imposible determinar si esto se debió a causas naturales o al manejo brusco. Los otros cuatro, todos hechos de plomo, habían sido barajados como un monte de naipes.
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Esta vez, el reverendo Thomas Orderson, rector de la Iglesia de Cristo, junto con un magistrado y otros dos hombres, realizaron un registro minucioso de la cripta. Examinaron los muros y el techo abovedado en busca de humedad y encontraron el interior completamente seco. Escudriñaron el piso en busca de grietas y vieron que era sólido. No había nada que ellos pudieran hacer, excepto supervisar la labor de colocar los féretros, una vez más en el orden prescrito.

Las personas que ahí se encontraban comenzaron a pensar que, si hubo algún tipo de profanación, esta no pudo haber sido hecha por ladrones ordinarios de tumbas. En la cripta no había nada de valor que robar. Después de cada sepelio la pesada placa de mármol era vuelta a pegar con cemento en su sitio, y para abrir de nuevo la cripta, había que hacer uso de martillo y cincel para remover el cemento.

Antes de abrir la cripta, la placa de mármol estaba en su lugar y el cemento que la aseguraba estaba duro como la roca. Desde luego, la cripta podía haber sido abierta y sellada de nuevo, pero ¿por qué se tomaría alguien tantas molestias?

Los esclavos estaban en un estado de abyecto terror. Aunque los negros de Barbados estaban menos impregnados en el vudú de sus contrapartes de Haití, estaban convencidos de que la cripta tenía una maldición. Los poderes maléficos que se hallaban dentro de esa cámara, pensaban, podía atacar a cualquiera que osara entrar en ella. Únicamente el temor más inmediato a sus amos, los podía mantener en el trabajo. Una vez más, la losa se deslizó sobre la entrada y la tumba quedó en la oscuridad y el silencio.

En cuestión de semanas, todos los habitantes de Barbados y de las Indias Occidentales británicas se habían enterado de los sucesos acaecidos en la Iglesia de Cristo. Multitudes de curiosos se dirigían al cementerio, para después agolparse alrededor de la cripta, e irritaban al reverendo Orderson con preguntas que él no estaba en condiciones de responder.

Los habitantes blancos de Barbados esperaron sumamente ansiosos el siguiente funeral. Varios capitanes dirigían sus buques al interior de la bahía de Oistin, esperando la remota posibilidad de que la cripta pudiera ser abierta en tanto ellos se encontraran ahí. Por el contrario, la población de color se mantenía tan lejos del sitio como podía. Aún los templados encargados del cementerio se apartaban de la tumba, y siempre trabajaban en parejas, nunca a solas.

Los curiosos tuvieron que esperar casi tres años antes de que se volviera a abrir la cripta. El 17 de julio de 1819, el ataúd de madera de la señora Thomazina Clarke fue preparado para su sitio de descanso dentro de esa cámara de inquietud. No había ninguna duda acerca de la importancia de la ocasión. Aunque la señora Clarke había sido una persona que vivió con bajo perfil, sus restos se vieron acompañados de la presencia del gobernador de Barbados, lord Combermere, los edecanes de éste, el comandante de la guarnición y por la mayor parte del clero de la isla, y por cientos de espectadores. Muchas personas esperaban con ansias la próxima vez que se abriera la cripta

Los negros tuvieron que trabajar arduamente y por largo tiempo para quitar la losa de mármol de la entrada de la tumba. El cemento que sostenía la puerta estaba en su sitio y sin tocar; algo del interior parecía estar resistiendo, algo pesado e inerte. Cuando la losa fue finalmente movida, se hizo claro de qué se trataba: ¡El féretro del difunto Chase estaba atrancado firmemente contra la puerta de entrada, casi a dos metros del lugar donde se había colocado!

Los otros ataúdes se hallaban dispersos. Los de los niños, que se habían colocado sobre los más grandes, yacían ahora sobre el piso de piedra. Únicamente la caja de madera de la señora Goddard se encontraba en el sitio donde fue colocada.

Este era el detalle más desconcertante. La caja que contenía los restos de la señora Goddard se había encontrado sumamente deteriorada la vez anterior que se había abierto la cripta. Los tablones de madera del féretro se estaban partiendo y tuvieron que atarse con alambre. El féretro, por consiguiente, se tuvo que apoyar contra la pared del fondo de la cripta, lejos de todos los demás. Sin embargo, éste, el más endeble y el más precariamente colocado de todos, fue el único ataúd que no se había movido.

Durante largo tiempo, el cortejo fúnebre se quedó de pie, en silencio; el asombro se había apoderado de todos; nadie podía creer lo que veían sus ojos. Después, los murmullos de aquellos que se encontraban en el exterior de la cripta, empujando y dando codazos para poder mirar más de cerca, penetraron dentro de la cámara. Su excelencia, el gobernador, recordó su posición y la dignidad que debía de preservarse. Se puso en acción.

Lord Combermere era un viejo soldado de caballería, un intrépido militar que había encabezado cuatro ataques de sables contra los franceses durante las campañas españolas de Wellington, y tenía las cicatrices que lo demostraban. Sabía sobrellevar bien el miedo. Ahora asignó a cada uno de los hombres que integraban el cortejo una tarea específica. Examinaron el piso, las paredes, el techo, pie por pie, buscando la más pequeña grieta que pudiera indicar una entrada oculta o un túnel. Escudriñaron minuciosamente los féretros sellados para ver si alguien había intentado abrirlos mediante palancas.

Todas las líneas de investigación se toparon con un callejón sin salida. No existía ningún otro acceso para entrar a la cámara, salvo por el frente. Las tapas de las cajas estaban firmemente cerradas, sin ninguna marca o astilla que indicara que se había efectuado el intento por abrirlas. La cripta estaba seca. Aparentemente estaba hermética.

Por cuarta y última vez, los féretros se alzaron de nuevo, para colocarlos en formación, situando los tres más grandes de plomo en el piso y los de los dos niños y el de madera de Thomazina Clarke sobre los de mayor tamaño.

Después, el gobernador supervisó personalmente que se esparciera una gruesa capa de suave arena blanca de la playa sobre el piso, arena que mostraría las huellas delatoras de cualquier persona que entrara en la cripta. La losa de mármol se alzó para ponerla en su sitio y se cerró con cemento. Como última salvaguarda, lord Combermere, su asistente y su secretario hicieron varias impresiones en el cemento fresco con sus sellos personales. Quienquiera que intentara repetir la profanación de ahora en adelante, tendría primero que violar los sellos.

Durante los meses siguientes, la Iglesia de Cristo se convirtió en objeto de un sinnúmero de peregrinaciones. Muy a disgusto del reverendo Orderson, personas de todos los rincones de las Indias Occidentales tocaban constantemente a su puerta para obtener información, y pasaban largas horas mirando boquiabiertos, con morbosa fascinación, la silenciosa mole de piedra. Llegaban por grupos y en reuniones familiares desde sitios tan lejanos como Jamaica.

Los esclavos negros eran la excepción. Sentían pavor por el lugar y no se atrevían siquiera a mencionarlo. Los visitantes descubrieron muy pronto que era inútil pedir informes a un esclavo para llegar a la cripta. Ellos pretendían jamás haber oído hablar de ella; inclusive la promesa de dinero para sonsacar la respuesta fracasaba. Tanto era el temor de los negros.

El asunto de la cripta Chase agobiaba la mente del gobernador. El tema siempre surgía en cada conversación, sobre todo con los hombres que la habían ayudado a sellar la tumba.

Por la tarde del 18 de abril de 1820, prácticamente todo el grupo se encontraba reunido en la residencia de lord Combermere. La plática, una vez más, se centró alrededor del sepulcro. Habían pasado más de ocho meses desde el último entierro y su excelencia estaba francamente ansioso por saber si había sucedido algo “allá abajo”. Una de las ventajas de ser gobernador de una colonia durante aquellos días era que podía satisfacer sus más mínimos deseos sin consultar con nadie. Combermere sugirió que visitaran la tumba de inmediato.

El grupo se puso en marcha. Además del gobernador, estaban el mayor Finch, su secretario y tres miembros de su personal: Bowcher Clarke, Nathan Lucas y Rowland Cotton. Durante el trayecto, recogieron a dos albañiles para que se hicieran cargo de la labor manual, y también el rector Orderson, para prestar a la investigación un toque de solemnidad espiritual.

Bastó un vistazo para demostrar que ninguno de los seis sellos impresos en el cemento habían sido violados. Los albañiles comenzaron a quebrar el cemento en silencio. Ni uno solo de los funcionarios hablaba.

Se hizo a un lado el voluminoso mármol y la tumba quedó al descubierto. Lentamente, los hombres fueron introduciéndose; sus ojos se acostumbraban gradualmente a la oscuridad y sus pulmones respiraban el aire fresco y rancio.

¡La cripta se encontraba en un caótico desorden! Algunos féretros se hallaban volteados boca abajo, incluyendo el tremendamente pesado ataúd de Thomas Chase. El féretro de uno de los niños yacía ahora en los escalones que llevaban al interior de la cámara. Y llamó la atención que, una vez más, el único féretro que estaba sin mover era el manojo de tablones atados con alambre que alojaba los restos de la señora Goddard. Se encontraba apoyado contra la pared, en el sitio donde se le había dejado originalmente.

La capa de arena cubría todavía el piso. No había huella alguna. Ni una sola marca de ninguna especie a la vista. Lord Combermere realizó una vez más las maniobras para hacer examinar el sepulcro.

De acuerdo con el relato de Nathan Lucas:

Yo examiné las paredes, la bóveda y todas las partes de la cripta y encontré todos los sitios viejos y similares, y un albañil, en mi presencia, golpeó cada uno de los rincones del fondo con su martillo, y todo estaba sólido...

Otros hombres escudriñaron minuciosamente los alrededores de la cripta, por la superficie, esperando encontrar algo que indicara la existencia de algún túnel. No encontraron nada. La tumba estaba completamente hermética: la entrada sellada. Y aún así, alguien o algo había penetrado y pudo volcar un féretro de plomo que había necesitado de ocho hombres para cargarlo y moverlo.

El reverendo Orderson escribió que, en ese punto, el gobernador ya se encontraba muy exasperado y preocupado, y que en esa tarde del 18 de abril la señora Chase pidió que se exhumaran los cuerpos fueran enterrados en otro sitio. La tumba ha permanecido vacía desde entonces.

Hipótesis para resolver el misterio
La causa de las perturbaciones en la cripta Chase ha sido motivo de acaloradas discusiones desde el primer día que fueron advertidas. Desafortunadamente, la información que existe sobre los sucesos no es tan completa y exacta como pudiera esperarse. Tampoco existen datos acerca de las personas inhumadas en ese sepulcro. Aunque el reverendo Orderson llevó un registro detallado de los eventos, estos fueron destruidos, ya sea por un huracán en 1831 o por un incendio en 1935. Lo que quedan son copias y relatos, que como cualquier investigador sabe, no son la mejor evidencia. Nunca se supo, por ejemplo, por qué tantos extraños habían sido sepultados en la cripta, ni tampoco quienes eran ellos. En muchos casos, ni siquiera se sabía la causa del fallecimiento.

Sabemos por otras fuentes que el honorable Thomas Chase tenía la mala reputación de ser un déspota con sus esclavos y de amedrentar constantemente a su familia. No hay manera de decir si el resto de las personas enterradas en la cripta eran tan odiadas como Chase y si fue el odio lo que provocó el vandalismo cometido contra los féretros. El robo se puede descartar. Todas las personas enterradas eran anglicanas y fueron sepultadas sin objetos de valor. Además, las tapas estaban bien cerradas. Muchos personas pensaron que era muy improbable que los desórdenes hayan sido causados por alguna fuerza humana.
Se han sugerido tres posibles causas naturales para explicar los eventos: terremotos, fugas de gas e inundaciones.

Ciertamente, las Indias Occidentales forman una región volcánica y llegan a registrarse con bastante frecuencia sismos y microsismos. Pero una cosa es segura, y es que jamás ha habido un terremoto que afectara únicamente un pedazo particular de terreno, de cuatro por dos metros, y permaneciera ignorado en todos los demás sitios. Ahora bien, sería aún más absurdo suponer que semejante sismo tan extravagante se fuera a producir en el mismo tramo cinco veces seguidas, afectando solamente el contenido de la cripta, al tiempo que dejaba el suelo, las paredes y el techo sin ninguna señal perceptible. Cualquier sismólogo que se respete proclamará que esto no es posible.

En cuanto a las inundaciones, podría haberse filtrado agua de algún sitio, dentro de la cripta, para después mover el contenido de la misma y bajar el nivel antes de la inspección. Los féretros de plomo pueden flotar, siempre y cuando estén cerrados herméticamente. Sin embargo, esta teoría se desecho a la luz de varias cuestiones. Para empezar, un volumen semejante de agua se habría podido notar en el área adyacente. El grupo del gobernador tomó en cuenta la posibilidad de que hubiera ocurrido una inundación y ellos inspeccionaron diligentemente la cripta para encontrar vestigios de agua, tanto por dentro de la tumba como alrededor de la misma. Nathan Lucas expresó a este respecto: “No se descubrió vestigio alguno de agua en la cripta, ni señal de los sitios donde hubiera estado...” La refutación más eficaz a la suposición de la inundación es el hecho de que el ataúd de la señora Goddard, que como recordaremos consistía de tablas de madera, habría flotado con mayor facilidad que los de plomo. Sin embargo, ese féretro fue el único que se mantuvo firmemente en su sitio. Lo cual agota todas las causas que podrían clasificarse como “naturales”.

Teorías sobrenaturales
Ahora bien, al no haber más soluciones lógicas, se el campo quedó abierto a las causas sobrenaturales. Por consiguiente, intervinieron los espiritistas.

Tres o cuatro investigadores con fuertes tendencias psíquicas, de los cuales el más famosos es sir Arthur Conan Doyle, quedaron intrigados por el enigma e intentaron dar sus propias interpretaciones particulares. Todos señalaban un hecho que no parece haber pasado por la mente de los involucrados: la tumba se volvió “intranquila” únicamente después del entierro de un suicida. No se había reportado desorden de ninguna especie con anterioridad a la inhumación de Dorcas Chase. Sin embargo, una cosa era hacer resaltar esta verdad innegable, y otra muy distinta, sacar conclusiones a partir de ella. Todavía quedaba sin explicación la manera en que esto podía ser la causa del movimiento de los féretros.

Conan Doyle trató de arrojar un poco de luz sobre el asunto, pero lo hizo de una forma que habría sacado de sus casillas al mismísimo Sherlock Holmes. En el que fuera quizá el artículo más insulso que jamás haya escrito, sir Arthur declaró que el desorden se debía a una sustancia llamada “efluvio”. Los esclavos que habían portado los féretros introdujeron los efluvios en la cripta. El término efluvio, según el diccionario, significa sencillamente 'exhalación'. Pero Doyle, en una forma deliciosamente vaga, hace que los efluvios se combinen con ciertas “fuerzas” no citadas, dentro de la cripta sellada. La combinación entonces se convierte en una fuerza combustible que procede a lanzar de un lado a otro el contenido del sepulcro. El génesis de esta energía lo facilitó, según Doyle, la presencia de la “vitalidad sin uso” que, como él sostenía, persiste en todos los sitios donde la vida se ha interrumpido bruscamente mediante el suicidio o el asesinato. Sir Arthur fue lo suficientemente modesto para llamar a ésta una “teoría provisional”. El gran detective de la pipa que él creó, la habría llamado, sin duda, de otra manera.

La dificultad principal que se presenta para obtener una solución factible radica en la naturaleza de la evidencia. Investigadores posteriores solo podían tratar con relatos oídos de terceras personas. Los relatos escritos por los miembros del personal del gobernador se conservaron; pero estos testigos solo presenciaron dos aperturas de la cripta y solo escucharon hablar de los eventos de las otras tres.

La cripta sigue ahí y es visitada por personas con tendencia psíquica o que gustan hacer turismo en lugares considerados por la población como embrujados. Se erigió una nueva Iglesia cuando la anterior se destruyó debido al incendio del 2 de marzo de 1935.

Después de la muerte del último testigo ocular de los hechos, la Historia de los féretros de Barbados, como fue llamada, llegó a considerarse una leyenda, ya que no existía evidencia tangible de que estuviera cimentada sobre hechos. No fue sino hasta que Forster Alleyne, quien estaba convencido de que los eventos fueron reales, se puso investigar que el fenómeno recibió la atención que merecía.

Alleyne fue a la Iglesia de Cristo y procedió a inspeccionar los registros de entierros ocurridos durante el período de interés. Encontró los nombres de los ocupantes de la cripta y las fechas de los sepelios, todo debidamente certificado por el rector, reverendo Thomas Orderson. Lo curioso es que no existía ninguna insinuación de que alguna cosa extraordinaria hubiera tenido lugar. Los relatos del tesorero no arrojaron ninguna pista, así como tampoco los archivos de los diarios de la época. Resulta notable que Isaac W. Orderson, hermano del rector, no hubiera hecho mención alguna acerca del misterio en su volumen “Social and domestic scenes and incidents in Barbados in days of yore” (Escenas e incidentes sociales y domésticos en Barbados en la época de antaño), publicado en 1842.

Antes de caer en la desesperación, Alleyne encontró los diarios manuscritos del honorable Nathan Lucas, a la sazón, miembro del consejo legislativo de Barbados y que fue miembro de la comitiva que estuvo presente cuando se abrió la cripta ante presencia del gobernador en 1820. Algunos volúmenes habían pasado a ser posesión de Edward T. Racker, propietario y editor del diario Barbados Agricultural Reporter. Al leer los manuscritos, Alleyne encontró que no solamente cubrían los años en los cuales se creía que habían tenido lugar los misteriosos eventos en la Iglesia de Cristo, sino que además contenían un relato contemporáneo directo de lo que ocurrió. Dicho relato estaba escrito de puño y letra de Nathan Lucas y confirmado por el reverendo Thomas Orderson, doctor en teología. La paciencia de Alleyne recibió su recompensa. Ya no cabía duda de que los desórdenes ocurridos en la cripta Chase no eran imaginarios, sino sumamente reales.

¿Qué fue lo que realmente sucedió en la cripta Chase? ¿Verdaderamente fueron fuerzas extrañas, o demoníacas las que ejercieron su influencia en el interior de la tumba? Es probable que este misterio nunca tenga solución, pero como advirtió en una ocasión el reverendo Samuel Wesley: “La imaginación, supongo, encontrará alguna interpretación; pero la cordura, ninguna

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José A.
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