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sanguinario*Rodolfo Fierro** y se fue con todo y sus monedas
Miér 08 Oct 2008, 12:30 pm
Acabó en su ley: el que a odio mata, a odio muere
Una noche de junio de 1914, tras la toma de Torreón por los villistas, el general Rodolfo Fierro --uno de los 2 lugartenientes de Pancho Villa-- cenaba en el restaurante del hotel París, el mejor de la localidad, acompañado de una prostituta llamada Guadalupe. Ella tuvo la ocurrencia de alabar repetidas veces los ojos del mesero que los atendía. Fierro ni se inmutó y se retiró con la joven a la habitación más lujosa del hotel. Al día siguiente, antes de partir al cuartel, el militar instruyó a sus subordinados. Un par de horas más tarde, un botones llevó al cuarto donde aún dormía la meretriz una charola cubierta y un mensaje del general. Tras leerlo ("Aquí le mando lo que tanto le ha gustado", decía), la mujer levantó la tapa de la charola para encontrarse con los ojos del camarero, con venas y nervios aún colgantes. Años después, el mesero ciego merodeaba por las cantinas de Torreón, donde tocaba el arpa, cantaba corridos de la revolución y narraba su historia a quien quisiera escucharla.
Gusto por la sangre
Nacido en 1880 en la ranchería sinaloense El Charay, cercana a Los Mochis, Fierro fue un apacible ferrocarrilero hasta 1912, cuando tomó las armas para combatir la rebelión encabezada por Pascual Orozco. Un año más tarde se sublevó contra Victoriano Huerta y se unió a la División del Norte, comandada por Pancho Villa. Al principio fue un simple pagador, pero su coraje en combate y conocimiento al dedillo de la red ferroviaria le valieron la comandancia del Cuerpo de Guías, encargado de dinamitar vías para descarrilar trenes enemigos y después repararlas para uso de los villistas.
En Tierra Blanca, Chih., comenzó a forjarse la leyenda de su valor a toda prueba. Para huir de las tropas de Villa, los soldados enemigos tomaron un tren y lo lanzaron a toda máquina para escapar de la plaza sitiada. Fierro se lanzó a la persecución del convoy. Sin amilanarse por las balas que le llovían desde los carros, el ex ferrocarrilero acicateó el caballo y alcanzó un vagón que tenía la palanca del freno de aire del lado donde él corría. Sin desmontar, Fierro consiguió accionarla. El tren se detuvo en seco, con estruendo de herrajes y vidrios rotos. Acto seguido, la caballería villista dio alcance al tren y acabaron con los enemigos en fuga. Rodolfo Fierro se convirtió en segundo de Pancho Villa y quedó encargado de ajusticiar a los prisioneros.
No le faltaron oportunidades para demostrar lealtad a su jefe. A principios de 1914 el súbdito inglés William S. Benton, reclamó personalmente a Villa el pago de los daños causados en su hacienda chihuahuense por las tropas rebeldes; al calor de la discusión, el inglés intentó desenfundar la pistola, quizá para matar al guerrillero, pero ni siquiera logró encañonarlo: hacía largo rato que Fierro lo tenía en la mira y lo fulminó de un balazo en el cráneo. El incidente provocó un fugaz conflicto diplomático entre México, Gran Bretaña y Estados Unidos y confirmó al jefe de la División del Norte su acierto al confiar en el sinaloense.
Fierro sentía predilección por los fusilamientos sumarios: en Paredón, Coah., intentó ajusticiar a más de 2,000 soldados federales prisioneros. Sólo el consejo del general Felipe Angeles --el otro hombre de confianza de Villa-- evitó la masacre. Disgustado, Fierro ordenó de todas maneras la muerte de los oficiales enemigos, para darse el gusto de matar al menos a algunos "pelones".
Tiempo después, en las inmediaciones de la ciudad de Chihuahua, lejos de las prevenciones de Angeles, el sanguinario general pudo dar rienda suelta a sus apetitos. Dispuso que 300 prisioneros fueran concentrados en un corral con muros de piedra de más de 2 metros de alto; acto seguido, les anunció que serían soltados en partidas de 10. Aquellos que lograran cruzar a la carrera el redil y saltar las paredes, quedarían libres. Lo diabólico del trato --según consignó el escritor Martín Luis Guzmán en la novela El águila y la serpiente-- residía en que Fierro se colocaría al centro del aprisco, para cazarlos a tiros en la huida.
A un lado del militar un lugarteniente --con varias cajas de balas a la mano-- se ocupaba de recargar las armas de su jefe que, eufórico por la matanza, disparó hasta que las manos se le acalambraron. Ninguno de los infelices logró escapar, abatidos por la certera puntería de Fierro.
Muerte de asesino
Otra muestra de la crueldad del sinaloense ocurrió en Jiménez, Chih., donde Venustiano Carranza intentó tender una trampa a Villa valido de una comitiva que llevaba al Centauro un mensaje urgente de Félix Díaz --sobrino del depuesto Porfirio Díaz-- para exhibirlo como un traidor en tratos con el enemigo.
En connivencia con su segundo, Villa dispuso un fastuoso almuerzo para los 8 mensajeros, encabezados por el abogado José Bonales, quien defendiera al guerrillero cuando éste estuvo preso en la ciudad de México.
Una vez que notó ahítos a sus huéspedes, Villa preguntó al primero que declaró estar satisfecho: "Amiguito, ¿ya no quiere nada?" "Nada, mi general, muchas gracias", contestó el hombre. Fierro tomó del brazo al comensal y lo condujo hasta la pared y dio órdenes de fusilarlo. El resto de los mensajeros fueron obligados por Fierro a comer hasta que no podían más y luego fusilados uno a uno. Al abogado Bonales, incapaz de ponerse de pie por el terror y la indigestión, Fierro lo arrastró con todo y silla hasta la pared.
La estrella de Fierro comenzó a palidecer en 1915: después de un par de derrotas en Guadalajara y León, Villa dispuso el fusilamiento de su lugarteniente por actuar sin consultarlo y conducir a las tropas al desastre; Fierro salvó la vida por casualidad: cuando los "Dorados" lo buscaron, el general había sido enviado a Chihuahua, para reponerse de una herida de bala. Cuando Villa lo volvió a encontrar, olvidó la sentencia porque su División ya iba en franco declive.
Tras un fugaz repunte, que incluyó la toma de la ciudad de México por unos cuantos días, Fierro fue derrotado en Salvatierra y Valle de Santiago, Gto., por el general Joaquín Amaro. El 13 de octubre de 1915, mientras huía hacia Chihuahua, Rodolfo Fierro decidió cruzar a caballo una engañosa laguna en Nuevo Casas Grandes, Chih., para acortar el camino. El jinete --que llevaba sus alforjas repletas de monedas de oro-- avanzó poco a poco, hasta que la montura quedó atrapada en las fangosas aguas. Los hombres de Fierro no se atrevieron a acercarse a su jefe, por temor a quedar también atascados. El general se negó a abandonar el oro que llevaba, obstinado en obtener ayuda de sus subordinados. Ninguno de los "Dorados" supervivientes quiso arriesgar su vida por el cruel jefe: lo dejaron morir ahogado.
ME GUSTO ESTE CHISTE SIN OFENDER A LOS COMPANEROS EN MEXICO..
Dramas urbanos
En la estación de autobuses, el taxista recoge a un pueblerino recién llegado a la capital y deslumbrado por la habilidad de los citadinos para conducir en medio del tráfico infernal. Tratando de impresionar aún más al pasajero, el chofer conduce a toda velocidad por calles estrechas y, al divisar a una señora que cruza la calle tranquilamente, decide jugarle una broma al provinciano: --Todavía no ha visto nada, amigo. ¿Ve aquella viejita a punto de llegar a la banqueta? ¡Voy a pescarla antes de que se ponga a salvo!
El taxista acelera y, justo antes de alcanzar a la anciana, da un volantazo y se desvía a tiempo para no tocarla. Pero de inmediato escucha un golpe tremendo: --Ya veo que los chilangos tienen pésima puntería --dice el pasajero, muerto de gusto--. Si yo no hubiera abierto la puerta justo a tiempo, la viejita se nos habría escapado.
Una noche de junio de 1914, tras la toma de Torreón por los villistas, el general Rodolfo Fierro --uno de los 2 lugartenientes de Pancho Villa-- cenaba en el restaurante del hotel París, el mejor de la localidad, acompañado de una prostituta llamada Guadalupe. Ella tuvo la ocurrencia de alabar repetidas veces los ojos del mesero que los atendía. Fierro ni se inmutó y se retiró con la joven a la habitación más lujosa del hotel. Al día siguiente, antes de partir al cuartel, el militar instruyó a sus subordinados. Un par de horas más tarde, un botones llevó al cuarto donde aún dormía la meretriz una charola cubierta y un mensaje del general. Tras leerlo ("Aquí le mando lo que tanto le ha gustado", decía), la mujer levantó la tapa de la charola para encontrarse con los ojos del camarero, con venas y nervios aún colgantes. Años después, el mesero ciego merodeaba por las cantinas de Torreón, donde tocaba el arpa, cantaba corridos de la revolución y narraba su historia a quien quisiera escucharla.
Gusto por la sangre
Nacido en 1880 en la ranchería sinaloense El Charay, cercana a Los Mochis, Fierro fue un apacible ferrocarrilero hasta 1912, cuando tomó las armas para combatir la rebelión encabezada por Pascual Orozco. Un año más tarde se sublevó contra Victoriano Huerta y se unió a la División del Norte, comandada por Pancho Villa. Al principio fue un simple pagador, pero su coraje en combate y conocimiento al dedillo de la red ferroviaria le valieron la comandancia del Cuerpo de Guías, encargado de dinamitar vías para descarrilar trenes enemigos y después repararlas para uso de los villistas.
En Tierra Blanca, Chih., comenzó a forjarse la leyenda de su valor a toda prueba. Para huir de las tropas de Villa, los soldados enemigos tomaron un tren y lo lanzaron a toda máquina para escapar de la plaza sitiada. Fierro se lanzó a la persecución del convoy. Sin amilanarse por las balas que le llovían desde los carros, el ex ferrocarrilero acicateó el caballo y alcanzó un vagón que tenía la palanca del freno de aire del lado donde él corría. Sin desmontar, Fierro consiguió accionarla. El tren se detuvo en seco, con estruendo de herrajes y vidrios rotos. Acto seguido, la caballería villista dio alcance al tren y acabaron con los enemigos en fuga. Rodolfo Fierro se convirtió en segundo de Pancho Villa y quedó encargado de ajusticiar a los prisioneros.
No le faltaron oportunidades para demostrar lealtad a su jefe. A principios de 1914 el súbdito inglés William S. Benton, reclamó personalmente a Villa el pago de los daños causados en su hacienda chihuahuense por las tropas rebeldes; al calor de la discusión, el inglés intentó desenfundar la pistola, quizá para matar al guerrillero, pero ni siquiera logró encañonarlo: hacía largo rato que Fierro lo tenía en la mira y lo fulminó de un balazo en el cráneo. El incidente provocó un fugaz conflicto diplomático entre México, Gran Bretaña y Estados Unidos y confirmó al jefe de la División del Norte su acierto al confiar en el sinaloense.
Fierro sentía predilección por los fusilamientos sumarios: en Paredón, Coah., intentó ajusticiar a más de 2,000 soldados federales prisioneros. Sólo el consejo del general Felipe Angeles --el otro hombre de confianza de Villa-- evitó la masacre. Disgustado, Fierro ordenó de todas maneras la muerte de los oficiales enemigos, para darse el gusto de matar al menos a algunos "pelones".
Tiempo después, en las inmediaciones de la ciudad de Chihuahua, lejos de las prevenciones de Angeles, el sanguinario general pudo dar rienda suelta a sus apetitos. Dispuso que 300 prisioneros fueran concentrados en un corral con muros de piedra de más de 2 metros de alto; acto seguido, les anunció que serían soltados en partidas de 10. Aquellos que lograran cruzar a la carrera el redil y saltar las paredes, quedarían libres. Lo diabólico del trato --según consignó el escritor Martín Luis Guzmán en la novela El águila y la serpiente-- residía en que Fierro se colocaría al centro del aprisco, para cazarlos a tiros en la huida.
A un lado del militar un lugarteniente --con varias cajas de balas a la mano-- se ocupaba de recargar las armas de su jefe que, eufórico por la matanza, disparó hasta que las manos se le acalambraron. Ninguno de los infelices logró escapar, abatidos por la certera puntería de Fierro.
Muerte de asesino
Otra muestra de la crueldad del sinaloense ocurrió en Jiménez, Chih., donde Venustiano Carranza intentó tender una trampa a Villa valido de una comitiva que llevaba al Centauro un mensaje urgente de Félix Díaz --sobrino del depuesto Porfirio Díaz-- para exhibirlo como un traidor en tratos con el enemigo.
En connivencia con su segundo, Villa dispuso un fastuoso almuerzo para los 8 mensajeros, encabezados por el abogado José Bonales, quien defendiera al guerrillero cuando éste estuvo preso en la ciudad de México.
Una vez que notó ahítos a sus huéspedes, Villa preguntó al primero que declaró estar satisfecho: "Amiguito, ¿ya no quiere nada?" "Nada, mi general, muchas gracias", contestó el hombre. Fierro tomó del brazo al comensal y lo condujo hasta la pared y dio órdenes de fusilarlo. El resto de los mensajeros fueron obligados por Fierro a comer hasta que no podían más y luego fusilados uno a uno. Al abogado Bonales, incapaz de ponerse de pie por el terror y la indigestión, Fierro lo arrastró con todo y silla hasta la pared.
La estrella de Fierro comenzó a palidecer en 1915: después de un par de derrotas en Guadalajara y León, Villa dispuso el fusilamiento de su lugarteniente por actuar sin consultarlo y conducir a las tropas al desastre; Fierro salvó la vida por casualidad: cuando los "Dorados" lo buscaron, el general había sido enviado a Chihuahua, para reponerse de una herida de bala. Cuando Villa lo volvió a encontrar, olvidó la sentencia porque su División ya iba en franco declive.
Tras un fugaz repunte, que incluyó la toma de la ciudad de México por unos cuantos días, Fierro fue derrotado en Salvatierra y Valle de Santiago, Gto., por el general Joaquín Amaro. El 13 de octubre de 1915, mientras huía hacia Chihuahua, Rodolfo Fierro decidió cruzar a caballo una engañosa laguna en Nuevo Casas Grandes, Chih., para acortar el camino. El jinete --que llevaba sus alforjas repletas de monedas de oro-- avanzó poco a poco, hasta que la montura quedó atrapada en las fangosas aguas. Los hombres de Fierro no se atrevieron a acercarse a su jefe, por temor a quedar también atascados. El general se negó a abandonar el oro que llevaba, obstinado en obtener ayuda de sus subordinados. Ninguno de los "Dorados" supervivientes quiso arriesgar su vida por el cruel jefe: lo dejaron morir ahogado.
ME GUSTO ESTE CHISTE SIN OFENDER A LOS COMPANEROS EN MEXICO..
Dramas urbanos
En la estación de autobuses, el taxista recoge a un pueblerino recién llegado a la capital y deslumbrado por la habilidad de los citadinos para conducir en medio del tráfico infernal. Tratando de impresionar aún más al pasajero, el chofer conduce a toda velocidad por calles estrechas y, al divisar a una señora que cruza la calle tranquilamente, decide jugarle una broma al provinciano: --Todavía no ha visto nada, amigo. ¿Ve aquella viejita a punto de llegar a la banqueta? ¡Voy a pescarla antes de que se ponga a salvo!
El taxista acelera y, justo antes de alcanzar a la anciana, da un volantazo y se desvía a tiempo para no tocarla. Pero de inmediato escucha un golpe tremendo: --Ya veo que los chilangos tienen pésima puntería --dice el pasajero, muerto de gusto--. Si yo no hubiera abierto la puerta justo a tiempo, la viejita se nos habría escapado.
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