La Lata en el Capulín

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La humedad del verano en las lomas de San José del Rincón, se arrincona en sus frescas hierbas, en el lodo del camino y las gotas de rocío sobre sus campos de alfalfa. La bruma se eleva silente en el amanecer, camina lerda e invade las pencas de maguey y las tejas de las viviendas mazahuas.

El viejo capulín, visto desde la entrada de la casa con los muros encalados, apenas muestra sus frutos rojizos, un par de semanas y estos se tornan violáceos, oscuros. Jugosos, cuando los niños los muerden, corren hilos de exquisito sabor y aroma sobre sus mejillas, las diarreas son imparables por las noches y el vómito es inevitable cuando los chamacos sacian su apetito de estos pequeños frutos: “de otro modo esperaríamos hasta las lluvias del otro año” —piensa uno de ellos.

En estas épocas, durante tres años seguidos, Matías Alvarado veía ese resplandor zarco debajo del capulín. Por las noches una vez de haber metido el caballo en el granero, sus botas evitan los charcos sin poder no ensuciarse, al llegar al concreto de la entrada, esa tonalidad atractiva lo hace voltear y mirar un pequeño haz como vapor fino que flota y en momentos desaparece.

Su madre no habla cuando Matías le comenta sobre esa pequeña luz, ella cambia la plática. “quizás tenga sus ideas, o sus creencias” —piensa Matías. Sin embargo el tiempo pasa, vienen los otoños fríos de estas regiones, la milpa seca y quebradiza son como filosas navajas que rasgan la piel por más curtida.

“La recuerdo que desde temprano se levantaba a ordeñar a la vaca, ya en la mañanita cuando el sol apenas raya el cerro de Peñitas, la leche cuajada daba ese olor de queso. ¿Qué hacía con ese dinero de tantos quesos que vendía en San José, si siempre mi apá nos proveía con todo lo que se podía necesitar, al menos de comida y ropa, además él no le preguntaba y le respetaba sus ahorritos en plata” —se decía Matías mientras vertía una jícara de agua vaporosa sobre su cuerpo.

Sale del pequeño cuarto de madera, a un lado de la letrina, camina con los pies descalzos sobre el camino empapado, antes de entrar mira el capulín y voltea al interior de la casa. Él regresa sobre el tronco, mira a detalle a su alrededor, observa su follaje cargado de fruto, su corteza vieja y roída que muestran los años. Se está por un momento y le inquieta aquello que observaba y no podía entender, desprende un capulín y decenas de gotitas le empapan la cara y la espalda.

Entra a su cama, olvida el capulín, su esposa y Martín su pequeño hijo dormitan, él escucha a su madre respirar hondo en el cuarto contiguo, duerme.



Cuando se chupa el mole en los dedos, tiene la mirada al frente y recordaba que apenas antier, su madre convaleciente, le señalaba obsesiva hacia afuera de la puerta sin poder articular palabra alguna, miraba el viejo capulín, los magueyes que flanqueaban su terreno al fondo y las montañas de la sierra de Chincua. Él intentaba calmarla y recostarla sobre su almohada. Dormía por ratos y así hasta que quedó inconsciente. Días después con el ánimo aún lastimoso, recalentaba lo que la vieja había dejado en el refrigerador, su último platillo de mole.

Durante el otoño, Matías recorre sus milpas, se interna en ellas y mira las calabazas, las plantas enredadas y el fruto reposando sobre el surco, anaranjado y listos para cosecharse, “estas con piloncillo y canela son bien sabrosas, pero más ganitas tengo de cenarme unos huevos revueltos con chilitos serranos en vinagre y un taza cargadita de café” —dijo. La carga de trabajo del día lo mantenía con el apetito abierto.

Y llega a casa, prepara su cena, de un rato se encuentra busque y busque una lata grande de chiles que su madre recién fallecida había mantenido durante años en algún lugar de la cocina. Después de una búsqueda inútil, pregunta desde la cocina: “Martín, ¿has visto la vieja lata de los chiles de tu abuela?

Años después, de una charla trivial de esta historia, se acude con un detector débil y de mala manufactura, se extrae una cuchara oxidada. El sistema GPR está por introducirse, ojalá haya buenas reflexiones en donde alguna vez existió este capulín.

Saludos.

GeoTec Prospectiva.

Que tal compañero excelente historia si que es un lugar interesante debe haber algo en el capulin esperamos el desenlace.


Cordiales saludos

muy buena narrativa !!!!

Gracias por sus comentarios.

Saludos.

GeoTec Prospectiva.

Estas son las historias que tienen fuertes esperanzas de exito,,pues en ellas esta vertida la mayoria de preguntas contestadas,,esperemos que el desenlace sea de exito,,la narrativa es excelente,,y este tipo de narraciones son con las que uno se quisiera topar la mayor parte del tiempo,,y por lo que se lee,,,esa lata sigue a la espera de volver a ver la luz y mostrar lo que con el tiempo se encargo de almacenar,,saludos y muy bien,,como siempre tus post los considero excelentes.

Felicidades,
De verdad pensé que estaba leyendo un cuento de Juan Rulfo,
Reconozco al igual que Tatnai, egodinezh y Romel,
-Que tienes unas aptitudes para la crónica de Tesoros realmente admirables,
Con un toque sencillo y ensoñador,
"Otra forma de de hacer de un relato, casi una poesía"
Recibe mi reconocimiento +
Tu amigo,
Manuel Rangel.

Les agradezco Romel y Manuel, es bueno que les haya agradado, ese fue el fin.

Saludos.

GeoTec Prospectiva.

excelente narrativa y muy buena historia que delicia para los de aca del sur contar con este riquisimo fruto...felicidades...