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SALTILLO TIERRA DE FORTUNAS : RECOPILACION DE LEYENDAS Y RELACIONES DE TESOROS
Dom 20 Abr 2014, 9:11 pm
EN UN SUPLEMENTO DEL SEMANARIO VANGUARDIA DE LA CIUDAD DE SALTILLO; ME ENCONTRE ESTA EXCELENTE INFORMACION RECABADA POR EL MISMO PERIODICO EL CUAL DICE LO SIGUIENTE:
"Los Sánchez Navarro si tenían dinero era porque lo cuidaban, entonces no iban a andar escondiendo dinero donde quiera no, no, no y, sin duda, cuando ellos optaron por sentar sus reales en la Ciudad de México, después de la guerra contra los franceses en la época de Juárez, pos se llevaron su dinero, no lo iban a dejar, en pocas palabras han de haber sido medio tacaños y cuidadosos de sus centavos", difiere el historiador Lucas Martínez Sánchez.
Pero hay quienes insisten en que "donde lloran, está el muerto", así lo piensan los buscadores de tesoros que, guiados por la ambición y atraídos por la leyenda, se han aventurado en pos de un caudal que los hará millonarios.
"Y eso ha motivado que se hayan destruido muchas construcciones, tú te encuentras ranchos antiguos, ruinas de haciendas, totalmente vandalizados porque hay gente que cree que va a encontrar, lo que no perdió, por la crisis, piensan encontrarse la lotería", lamenta, empero, Martínez Sánchez.
"Donde lloran, está el muerto" y lo saben quienes gozan de contar y escuchar historias de aparecidos en las frías noches de invierno o cuando se va la luz.
"Creo que ha sido más la leyenda la que ha rodeado a un buen número de edificaciones antiguas nuestras, ya cobran un sabor de leyenda y nos la creemos. Hay quienes me dicen que todavía buscan en la Sierra de la Paila el tesoro de los Insurgentes". reafirma Lucas Martínez.
Semanario salió a la calle para buscar las historias perdidas sobre fantasmas y bolas de lumbre que señalan el sitio exacto donde - se rumora - hay o hubo dinero enterrado.
"Cuando a mí me preguntan si hay tesoros escondidos en Coahuila digo `pues puede haberlos, pero no de épocas muy antiguas donde el circulante era poco y había poca gente. Fue en el proceso de la Revolución donde había ya mucho más población y se manejaba mucho dinero, y donde alguien pudo asaltar y trasladar algunos cajones de lámina y madera a otro lugar y esconderlos...".
Un tesoro en la loma
Hablan las viejas consejas de un señor llamado don José Meléndez, que hace mas de 50 años llego a vivir, nadie sabe de dónde, a la calle de Morelos, por el rumbo del centro y justo en las faldas de una loma hoy convertida en callejones serpenteados y de largas escalinatas. El tal don José, que más bien parecía de cuna humilde, había ocupado a una palomilla de chiquillos del barrio para que le ayudaran a rebajar la loma a nivel de la calle y así comenzar a echar los cimientos de la que sería su casa.
Con los días y cuando los niños habían sacado bastante tierra revuelta con almendrilla el hombre, quien se cree vio algo extraordinario, hizo parar los trabajos y despachó a los párvulos para sus casas sin dar razones. "Hasta aquí, ya váyanse, ¡¡¡váyanse!!!", les dijo y los niños pegaron la carrera.
Semanas más tarde, la gente del lugar miró con extrañeza cómo aquel hombre de fachada humilde hacía construir en lo alto de la loma una gran casa de dos plantas, lujosa para aquella época y que contrastaba con las chozas de aquel barrio pobretón.
De pronto el señor cayó en cama víctima de una rara enfermedad. Cuidado por su esposa, visitó a los médicos más renombrados que hubo en Saltillo por aquel entonces, pero nadie pudo dar con la raíz de aquel mal.
Hasta que un día, al borde de la desesperación, don José trajo hasta su casa a un curandero de tierras neoleonesas.
"Tú te hallaste algún dinero ¿verdad?", le preguntó el brujo apenas lo tuvo frente a él. "No", dijo tajante don José, pero el curandero repuso con más energía "Sí, tú agarraste dinero".
El vidente le pidió entonces que trajera siete monedas de las que don José, se supo más tarde, había sacado de la loma con ayuda de los niños, las metió en un platón con agua, meneó varias veces el platón e hizo beber al enfermo de aquel caldo.
A los pocos días don José recobró la salud. El rumor del tesoro encontrado se esparció como un río por la calle de Morelos.
Y cuando la gente, que en noches de luna llena había visto en la cima de la loma al fantasma de la mujer blanca, preguntaba a la esposa de don José sobre los destinos de aquellos caudales, ésta sólo se limitaba a responder "nos los quitó el Gobierno".
El tesoro de Sixta
Parece como si a doña Sixta la memoria se le hubiera fugado por un agujero. Ella ya no recuerda si tuvo hijos, tampoco quiénes fueron sus padres y si alguna vez vivió la infancia. Pero lo que a Sixta, mujer centenaria de baja estatura y morena piel, no se le puede olvidar es que hace 25 años un hombre desalmado le robó su tesoro.
Cuentan, quienes la conocen bien, que por aquel tiempo Sixta tenía una vaca de la que se mantenía, vendiendo entre los vecinos la leche que ordeñaba todos los días al despuntar el alba.
Cierta mañana en que doña Sixta encaminaba a su vaca hasta la orilla de un arroyo, que aún colinda con el corral de su casa en la colonia El Mirador, vio con asombro que una de las patas traseras del animal se sumía en un gran hoyo oculto entre la yerba.
La anciana, que hasta entonces no había presenciado cosa semejante, decidió no dar importancia al suceso.
Pero otra mañana, cuando hubo terminado la ordeña y mientras conducía a la vaca hacia su remanso, Sixta vio otra vez cómo una de las patas traseras de la bestia volvía a sumergirse en aquel agujero que cada vez se hacía más grande.
Presa del susto, una tarde Sixta mandó traer hasta su casa a un señor que - dice la gente de por aquí - tenía algún don sobrenatural.
"Aquí hay algo escondido", sentenció aquel señor y de inmediato Sixta y él se pusieron a excavar con ímpetu y azadón en mano dentro del pozo.
Cayó la noche, el hombre sugirió entonces dejar las herramientas para irse a descansar y continuar con la faena al amanecer del día siguiente. Sixta entró a su casa, él se quedaría a dormir en un rincón del corral.
Al canto de los gallos la mujer se levantó de la cama, preparó café y salió al corral. Cuál sería su sorpresa que en los límites del arroyo encontró cavado en la tierra un gran agujero, a un lado brillando unas monedas de oro y más allá abandonadas unas alforjas, el hombre había desaparecido.
"Viejo méndigo, se llevó el dinero, el dinero antiguo que sacó", dice Sixta cada vez que a su cabeza enmarañada vuelve el vago recuerdo de su tesoro perdido.
El fantasma del tesoro
Por las polvorientas y solitarias calles de la colonia Libertad, en La Aurora Coahuila, cabalga una oscura leyenda sobre la existencia de un tesoro enterrado en los márgenes de lo que antes era el antiguo camino de Los Pastores, que iba de Saltillo hasta el llamado Paso del Aguila, rumbo a la salida a Monterrey.
Los pobladores de este andurrial, que en otros tiempos fue la Hacienda de Los Molinos y el lugar en el que el conquistador Juan Navarro estableció el molino hidráulico más grande de América Latina, aseguran haber visto durante las negras y neblinosas noches de invierno figuras fantasmales y bolas de fuego que señalan el sitio exacto del caudal.
En este sitio es posible observar cavados a flor de tierra varios agujeros circulares hechos, se presume, por buscadores de oro atraídos por esta leyenda.
Esta historia fantástica que ha sobrevivido por generaciones enteras, sugiere que en tiempos de la Revolución los grupos de rebeldes y bandos de militares que pasaban por aquí escogían este paraje, adornado por aquellos años con grandes huertos de álamos y nogales, para esconder sus tesoros que eran trasladados en recuas de mulas.
Muchos han sido los gambusinos que, venidos de todas partes, han intentado, usando detectores de metal o varas de cobre o palma, dar con el dichoso tesoro sin que, al parecer, nadie lo haya conseguido.
Entre tanto, cada vez es menos la gente que durante las frías noches de invierno se atreve a pasar por aquí, temiendo encontrarse - dicen - con el fantasma del tesoro.
Confidencias de oro
A don Juan Bustos Mendoza no le da ni tantito escalofrío contar que su padre Domingo platicaba con un ser de otro mundo, sentado a la sombra de una palma, cuyos vestigios sobreviven a la vera del antiguo camino real que pasaba por la colonia Libertad hasta la Villa de Arteaga.
"Era un señor que llegaba de repente y le decía: `fíjese que donde está usted sentado hay un tesoro'. Mi papá era medio escéptico y decía `no, qué va a haber un tesoro aquí'".
La aparición ocurría siempre a eso del mediodía cuando Domingo, el papá de Juan, dedicado a la siembra y el pastoreo de vacas y cabras, se postraba para guarecerse del sol en la raíz de una de esas palmas samandocas que sus antepasados habían plantado por aquellos lugares.
"Mi papá decía `yo no le creo, el señor llega de repente, no sé de dónde...'". A lo lejos los ojos atónitos de Guadalupe Mendoza, la esposa de Domingo y madre de Juan, observaban a los dos conversadores .
"Y le decía mi mamá a mi padre `lo que tú no sabes es que este señor aparece y desaparece en medio del solar'".
El relato pasó de boca en boca, sin que hasta ahora nadie haya tenido la osadía de buscar el tesoro, atemorizados por el ruido de cadenas que entrada la noche suele escucharse en este lugar.
"La gente sabe que aquí hay algo, sólo hasta que vengan los fraccionadores con sus máquinas y levanten todo", suelta don Juan.
Buscan do el tesoro perdido
Guiados por Ignacio García Lara, miembro de un equipo de investigadores de lo paranormal, es que una tarde de otoño salimos en busca de algunos de los sitios en los que - dice la gente de antes -, se han encontrado enterrados jarros o cofres llenos de monedas de oro.
A bordo del automóvil de García Lara, quien lleva ocho años de experiencia en el estudio de lo sobrenatural, nos adentramos en las inmediaciones de lo que hasta hace poco fueron los terrenos de la Hacienda El Alamo, edificación de la que hoy sólo quedan las ruinas de una torre vieja. Justo en ese lugar, se cree, unos gambusinos sacaron un cofre del tamaño de un cajón de reja que contenía un tesoro.
El equipo de investigación paranormal había seguido por meses el rastro de estos caudales, hasta que una noche, cargados con sus detectores de metales, decidieron ir a buscarlos. Ignacio García cuenta que al llegar al lugar encontraron, rodeado de una montaña de tierra suelta, un agujero al lado de la torre. Alguien se les había adelantado.
"Se acercaron unos niños y nos comentaron que la noche anterior, unos hombres de una camioneta se habían llevado de aquí un cajón. Nos lo ganaron", lamenta García.
Pardeando la tarde la emprendemos con este investigador hasta el famoso Puente Moreno, lugar en el que hace 37 años ocurrió el trenazo que enlutó a cientos de familias saltillenses, y en donde, se rumora, hay algún dinero escondido.
Antes damos un leve recorrido por la Colonia Nueva Jerusalén, en cuyos terrenos, que hace algunos años fueron manchones de palmas, se han localizado, juran los vecinos, varios jarritos de barro con monedas de oro.
"De hecho se cree que con este dinero se construyeron algunas casas y hasta un templo evangélico", relata Ignacio García.
Minutos más tarde estamos en Puente Moreno, justo en el sitio de las cruces. Ignacio García narra que hace algunos meses vino hasta aquí con el equipo de investigación, movido por el rumor de que aquí seguían enterrados los cuerpos de algunos muertos que dejó la tragedia de 1972.
Lo único que Ignacio y sus compañeros encontraron escondidos entre la tierra, fueron cinco estatuillas de la Santa Muerte volteadas de cabeza y unos frascos transparentes que encerraban fotografías de personas.
"Sí, teníamos la idea de que aquí había amarres y trabajos de hechicería", dice mientras muestra con una mano una de las estatuillas y sostiene con la otra uno de los frascos que ha vuelto a desenterrar.
Luego nos conduce por un camino de cascajo hasta el pie de un cerro, en cuyas faldas se avistan las ruinas de lo que en otro tiempo, parece, fue una estación de ferrocarril.
Mientras escalamos por la loma resbaladiza para llegar hasta estos vestigios, Ignacio platica de un anciano que le habló de la existencia de un tesoro escondido en las paredes o el suelo de esta construcción plagada de agujeros que, se piensa, han dejado a su paso por aquí otros gambusinos.
Muchas noches Ignacio vino hasta este lugar para rastrear el tesoro con su detector de metales, pero nunca logró dar con él.
"Dije `chin otra vez me lo ganaron' y me acordé de mi abuelo que siempre decía, `no busques, lo que no has perdido'".
La relación
Cuenta el historiador Arturo Berrueto González de un alcalde saltillense, que agobiado por las deudas del Ayuntamiento se lanzó en busca de una relación, como antes se conocía a los tesoros, que se rumoraba, estaba enterrada en algún rincón de la Presidencia Municipal.
Después de platicarlo con su tesorero, hombre de todas sus confianzas, se dice que el tal alcalde mandó cerrar un domingo las puertas del edificio, y ambos comenzaron entonces la faena de escarbar por los pasillos y salas de la presidencia.
"Vamos a buscar esa relación para salir de estos adeudos", dijo el funcionario.
Entrada la noche y después de cavar horas enteras, el alcalde y su empleado dieron por fin con una caja de madera metida en un hoyo.
Alcalde y tesorero pegaron brincos de contento y al abrir la caja se dieron cuenta de que efectivamente había dentro una relación, pero una relación de nóminas pendientes de pago.
Decepcionados los hombres volvieron el cajón al lugar en el que todavía se cree está enterrada la relación, en espera de que otro gambusino la encuentre.
Un tesoro para cien años
Entre los viejos de antaño solía circular una leyenda sobre un gran tesoro enterrado en las entrañas del cerro de La Cabrita, ubicado por el rumbo de la colonia Lomas de Lourdes.
El caudal, se decía, había sido escondido en este sitio por un grupo de bandoleros que en tiempos de la Revolución se dedicaron a asaltar las recuas de mulas que pasaban por Saltillo, procedentes de San Luis Potosí, México y Monterrey, cargadas de barras de oro y otros objetos valiosos.
Aquel tesoro era de tal inmensidad que, se aseguraba en aquel entonces, bastaba para mantener a Saltillo y sus habitantes por más de cien años. La ambición por encontrar esta riqueza fue tal, que incluso buscadores de tesoros venidos de España realizaron incursiones en este lugar para buscar el tesoro de los bandidos, sin que hasta hoy nadie haya logrado encontrarlo.
Don Arturo Carrillo Arreola, rostro moreno y surcado por los años, es uno de tantos saltillenses que se han aventurado a explorar el Cerro de La Cabrita en pos del codiciado oro. "A mi nuca me gustó que me contaran, siempre me iba a desengañar", dice.
El hombre, que hoy carga 86 años sobre sus espaldas, relata que siendo muy joven salió de excursión con un grupo de 18 muchachos a La Cabrita. Después de andar y arrastrarse por veredas que a ratos parecían inaccesibles, lo único que hallaron fue un antiguo comal de barro, unas latas vacías de salmón y, en torno del cerro, muchas excavaciones.
"Mas nunca sacamos nada y creo que nadie jamás ha podido encontrar ese tesoro, lo han andado buscando mucho, pero dicen que el Diablo se apodera de los tesoros y no quiere que se los quiten, no lo gastará, pero ahí lo quiere tener", narra don Arturo.
- ¿Y eso le da miedo? - "No, el miedo yo no lo conozco", remata.
La Cueva de Los Lamentos
Por los sombríos y sórdidos callejones de Saltillo corre una espeluznante leyenda, sobre una cueva situada en algún paraje escondido en la Carbonera, justo a orillas de la carretera 57.
Se cuenta de esta cueva, que fue en tiempos de la Colonia el lugar donde los ricos hacendados de lo que hoy es la Villa de Arteaga, gustaban de guardar sus dineros y otros objetos de gran valía.
Y se dice que en esta gruta, junto con los caudales los ricos del pueblo enterraron vivos también a muchos niños y gente mayor, con la promesa de interceder por la salvación de sus almas, a cambio de que se convirtiesen en los guardianes eternos de estos tesoros.
Con los siglos, y gracias a las historias que iban de boca en boca, este sitio cobró gran fama, tanta que gambusinos de todas partes vinieron hasta aquí para buscar el tesoro.
Algunos de los que sobrevivieron a la impresión de entrar a esta caverna, juran haber sido espantados por horribles fantasmas y lamentos desgarradores que provenían de las entrañas de esta gruta, bautizada por esta razón como La Cueva de los Lamentos.
Hay otros que aseguran que, burlando a los guardianes fantasmas del tesoro, han conseguido entrar a esta cueva y extraer algunas monedas de oro que encontraron casi a flor de tierra.
"Porque el tesoro no siempre es dado a la persona que lo busca, le es entregado a aquel que el espíritu cree que le puede ayudar", dice don Gilberto Castillo,
"Los Sánchez Navarro si tenían dinero era porque lo cuidaban, entonces no iban a andar escondiendo dinero donde quiera no, no, no y, sin duda, cuando ellos optaron por sentar sus reales en la Ciudad de México, después de la guerra contra los franceses en la época de Juárez, pos se llevaron su dinero, no lo iban a dejar, en pocas palabras han de haber sido medio tacaños y cuidadosos de sus centavos", difiere el historiador Lucas Martínez Sánchez.
Pero hay quienes insisten en que "donde lloran, está el muerto", así lo piensan los buscadores de tesoros que, guiados por la ambición y atraídos por la leyenda, se han aventurado en pos de un caudal que los hará millonarios.
"Y eso ha motivado que se hayan destruido muchas construcciones, tú te encuentras ranchos antiguos, ruinas de haciendas, totalmente vandalizados porque hay gente que cree que va a encontrar, lo que no perdió, por la crisis, piensan encontrarse la lotería", lamenta, empero, Martínez Sánchez.
"Donde lloran, está el muerto" y lo saben quienes gozan de contar y escuchar historias de aparecidos en las frías noches de invierno o cuando se va la luz.
"Creo que ha sido más la leyenda la que ha rodeado a un buen número de edificaciones antiguas nuestras, ya cobran un sabor de leyenda y nos la creemos. Hay quienes me dicen que todavía buscan en la Sierra de la Paila el tesoro de los Insurgentes". reafirma Lucas Martínez.
Semanario salió a la calle para buscar las historias perdidas sobre fantasmas y bolas de lumbre que señalan el sitio exacto donde - se rumora - hay o hubo dinero enterrado.
"Cuando a mí me preguntan si hay tesoros escondidos en Coahuila digo `pues puede haberlos, pero no de épocas muy antiguas donde el circulante era poco y había poca gente. Fue en el proceso de la Revolución donde había ya mucho más población y se manejaba mucho dinero, y donde alguien pudo asaltar y trasladar algunos cajones de lámina y madera a otro lugar y esconderlos...".
Un tesoro en la loma
Hablan las viejas consejas de un señor llamado don José Meléndez, que hace mas de 50 años llego a vivir, nadie sabe de dónde, a la calle de Morelos, por el rumbo del centro y justo en las faldas de una loma hoy convertida en callejones serpenteados y de largas escalinatas. El tal don José, que más bien parecía de cuna humilde, había ocupado a una palomilla de chiquillos del barrio para que le ayudaran a rebajar la loma a nivel de la calle y así comenzar a echar los cimientos de la que sería su casa.
Con los días y cuando los niños habían sacado bastante tierra revuelta con almendrilla el hombre, quien se cree vio algo extraordinario, hizo parar los trabajos y despachó a los párvulos para sus casas sin dar razones. "Hasta aquí, ya váyanse, ¡¡¡váyanse!!!", les dijo y los niños pegaron la carrera.
Semanas más tarde, la gente del lugar miró con extrañeza cómo aquel hombre de fachada humilde hacía construir en lo alto de la loma una gran casa de dos plantas, lujosa para aquella época y que contrastaba con las chozas de aquel barrio pobretón.
De pronto el señor cayó en cama víctima de una rara enfermedad. Cuidado por su esposa, visitó a los médicos más renombrados que hubo en Saltillo por aquel entonces, pero nadie pudo dar con la raíz de aquel mal.
Hasta que un día, al borde de la desesperación, don José trajo hasta su casa a un curandero de tierras neoleonesas.
"Tú te hallaste algún dinero ¿verdad?", le preguntó el brujo apenas lo tuvo frente a él. "No", dijo tajante don José, pero el curandero repuso con más energía "Sí, tú agarraste dinero".
El vidente le pidió entonces que trajera siete monedas de las que don José, se supo más tarde, había sacado de la loma con ayuda de los niños, las metió en un platón con agua, meneó varias veces el platón e hizo beber al enfermo de aquel caldo.
A los pocos días don José recobró la salud. El rumor del tesoro encontrado se esparció como un río por la calle de Morelos.
Y cuando la gente, que en noches de luna llena había visto en la cima de la loma al fantasma de la mujer blanca, preguntaba a la esposa de don José sobre los destinos de aquellos caudales, ésta sólo se limitaba a responder "nos los quitó el Gobierno".
El tesoro de Sixta
Parece como si a doña Sixta la memoria se le hubiera fugado por un agujero. Ella ya no recuerda si tuvo hijos, tampoco quiénes fueron sus padres y si alguna vez vivió la infancia. Pero lo que a Sixta, mujer centenaria de baja estatura y morena piel, no se le puede olvidar es que hace 25 años un hombre desalmado le robó su tesoro.
Cuentan, quienes la conocen bien, que por aquel tiempo Sixta tenía una vaca de la que se mantenía, vendiendo entre los vecinos la leche que ordeñaba todos los días al despuntar el alba.
Cierta mañana en que doña Sixta encaminaba a su vaca hasta la orilla de un arroyo, que aún colinda con el corral de su casa en la colonia El Mirador, vio con asombro que una de las patas traseras del animal se sumía en un gran hoyo oculto entre la yerba.
La anciana, que hasta entonces no había presenciado cosa semejante, decidió no dar importancia al suceso.
Pero otra mañana, cuando hubo terminado la ordeña y mientras conducía a la vaca hacia su remanso, Sixta vio otra vez cómo una de las patas traseras de la bestia volvía a sumergirse en aquel agujero que cada vez se hacía más grande.
Presa del susto, una tarde Sixta mandó traer hasta su casa a un señor que - dice la gente de por aquí - tenía algún don sobrenatural.
"Aquí hay algo escondido", sentenció aquel señor y de inmediato Sixta y él se pusieron a excavar con ímpetu y azadón en mano dentro del pozo.
Cayó la noche, el hombre sugirió entonces dejar las herramientas para irse a descansar y continuar con la faena al amanecer del día siguiente. Sixta entró a su casa, él se quedaría a dormir en un rincón del corral.
Al canto de los gallos la mujer se levantó de la cama, preparó café y salió al corral. Cuál sería su sorpresa que en los límites del arroyo encontró cavado en la tierra un gran agujero, a un lado brillando unas monedas de oro y más allá abandonadas unas alforjas, el hombre había desaparecido.
"Viejo méndigo, se llevó el dinero, el dinero antiguo que sacó", dice Sixta cada vez que a su cabeza enmarañada vuelve el vago recuerdo de su tesoro perdido.
El fantasma del tesoro
Por las polvorientas y solitarias calles de la colonia Libertad, en La Aurora Coahuila, cabalga una oscura leyenda sobre la existencia de un tesoro enterrado en los márgenes de lo que antes era el antiguo camino de Los Pastores, que iba de Saltillo hasta el llamado Paso del Aguila, rumbo a la salida a Monterrey.
Los pobladores de este andurrial, que en otros tiempos fue la Hacienda de Los Molinos y el lugar en el que el conquistador Juan Navarro estableció el molino hidráulico más grande de América Latina, aseguran haber visto durante las negras y neblinosas noches de invierno figuras fantasmales y bolas de fuego que señalan el sitio exacto del caudal.
En este sitio es posible observar cavados a flor de tierra varios agujeros circulares hechos, se presume, por buscadores de oro atraídos por esta leyenda.
Esta historia fantástica que ha sobrevivido por generaciones enteras, sugiere que en tiempos de la Revolución los grupos de rebeldes y bandos de militares que pasaban por aquí escogían este paraje, adornado por aquellos años con grandes huertos de álamos y nogales, para esconder sus tesoros que eran trasladados en recuas de mulas.
Muchos han sido los gambusinos que, venidos de todas partes, han intentado, usando detectores de metal o varas de cobre o palma, dar con el dichoso tesoro sin que, al parecer, nadie lo haya conseguido.
Entre tanto, cada vez es menos la gente que durante las frías noches de invierno se atreve a pasar por aquí, temiendo encontrarse - dicen - con el fantasma del tesoro.
Confidencias de oro
A don Juan Bustos Mendoza no le da ni tantito escalofrío contar que su padre Domingo platicaba con un ser de otro mundo, sentado a la sombra de una palma, cuyos vestigios sobreviven a la vera del antiguo camino real que pasaba por la colonia Libertad hasta la Villa de Arteaga.
"Era un señor que llegaba de repente y le decía: `fíjese que donde está usted sentado hay un tesoro'. Mi papá era medio escéptico y decía `no, qué va a haber un tesoro aquí'".
La aparición ocurría siempre a eso del mediodía cuando Domingo, el papá de Juan, dedicado a la siembra y el pastoreo de vacas y cabras, se postraba para guarecerse del sol en la raíz de una de esas palmas samandocas que sus antepasados habían plantado por aquellos lugares.
"Mi papá decía `yo no le creo, el señor llega de repente, no sé de dónde...'". A lo lejos los ojos atónitos de Guadalupe Mendoza, la esposa de Domingo y madre de Juan, observaban a los dos conversadores .
"Y le decía mi mamá a mi padre `lo que tú no sabes es que este señor aparece y desaparece en medio del solar'".
El relato pasó de boca en boca, sin que hasta ahora nadie haya tenido la osadía de buscar el tesoro, atemorizados por el ruido de cadenas que entrada la noche suele escucharse en este lugar.
"La gente sabe que aquí hay algo, sólo hasta que vengan los fraccionadores con sus máquinas y levanten todo", suelta don Juan.
Buscan do el tesoro perdido
Guiados por Ignacio García Lara, miembro de un equipo de investigadores de lo paranormal, es que una tarde de otoño salimos en busca de algunos de los sitios en los que - dice la gente de antes -, se han encontrado enterrados jarros o cofres llenos de monedas de oro.
A bordo del automóvil de García Lara, quien lleva ocho años de experiencia en el estudio de lo sobrenatural, nos adentramos en las inmediaciones de lo que hasta hace poco fueron los terrenos de la Hacienda El Alamo, edificación de la que hoy sólo quedan las ruinas de una torre vieja. Justo en ese lugar, se cree, unos gambusinos sacaron un cofre del tamaño de un cajón de reja que contenía un tesoro.
El equipo de investigación paranormal había seguido por meses el rastro de estos caudales, hasta que una noche, cargados con sus detectores de metales, decidieron ir a buscarlos. Ignacio García cuenta que al llegar al lugar encontraron, rodeado de una montaña de tierra suelta, un agujero al lado de la torre. Alguien se les había adelantado.
"Se acercaron unos niños y nos comentaron que la noche anterior, unos hombres de una camioneta se habían llevado de aquí un cajón. Nos lo ganaron", lamenta García.
Pardeando la tarde la emprendemos con este investigador hasta el famoso Puente Moreno, lugar en el que hace 37 años ocurrió el trenazo que enlutó a cientos de familias saltillenses, y en donde, se rumora, hay algún dinero escondido.
Antes damos un leve recorrido por la Colonia Nueva Jerusalén, en cuyos terrenos, que hace algunos años fueron manchones de palmas, se han localizado, juran los vecinos, varios jarritos de barro con monedas de oro.
"De hecho se cree que con este dinero se construyeron algunas casas y hasta un templo evangélico", relata Ignacio García.
Minutos más tarde estamos en Puente Moreno, justo en el sitio de las cruces. Ignacio García narra que hace algunos meses vino hasta aquí con el equipo de investigación, movido por el rumor de que aquí seguían enterrados los cuerpos de algunos muertos que dejó la tragedia de 1972.
Lo único que Ignacio y sus compañeros encontraron escondidos entre la tierra, fueron cinco estatuillas de la Santa Muerte volteadas de cabeza y unos frascos transparentes que encerraban fotografías de personas.
"Sí, teníamos la idea de que aquí había amarres y trabajos de hechicería", dice mientras muestra con una mano una de las estatuillas y sostiene con la otra uno de los frascos que ha vuelto a desenterrar.
Luego nos conduce por un camino de cascajo hasta el pie de un cerro, en cuyas faldas se avistan las ruinas de lo que en otro tiempo, parece, fue una estación de ferrocarril.
Mientras escalamos por la loma resbaladiza para llegar hasta estos vestigios, Ignacio platica de un anciano que le habló de la existencia de un tesoro escondido en las paredes o el suelo de esta construcción plagada de agujeros que, se piensa, han dejado a su paso por aquí otros gambusinos.
Muchas noches Ignacio vino hasta este lugar para rastrear el tesoro con su detector de metales, pero nunca logró dar con él.
"Dije `chin otra vez me lo ganaron' y me acordé de mi abuelo que siempre decía, `no busques, lo que no has perdido'".
La relación
Cuenta el historiador Arturo Berrueto González de un alcalde saltillense, que agobiado por las deudas del Ayuntamiento se lanzó en busca de una relación, como antes se conocía a los tesoros, que se rumoraba, estaba enterrada en algún rincón de la Presidencia Municipal.
Después de platicarlo con su tesorero, hombre de todas sus confianzas, se dice que el tal alcalde mandó cerrar un domingo las puertas del edificio, y ambos comenzaron entonces la faena de escarbar por los pasillos y salas de la presidencia.
"Vamos a buscar esa relación para salir de estos adeudos", dijo el funcionario.
Entrada la noche y después de cavar horas enteras, el alcalde y su empleado dieron por fin con una caja de madera metida en un hoyo.
Alcalde y tesorero pegaron brincos de contento y al abrir la caja se dieron cuenta de que efectivamente había dentro una relación, pero una relación de nóminas pendientes de pago.
Decepcionados los hombres volvieron el cajón al lugar en el que todavía se cree está enterrada la relación, en espera de que otro gambusino la encuentre.
Un tesoro para cien años
Entre los viejos de antaño solía circular una leyenda sobre un gran tesoro enterrado en las entrañas del cerro de La Cabrita, ubicado por el rumbo de la colonia Lomas de Lourdes.
El caudal, se decía, había sido escondido en este sitio por un grupo de bandoleros que en tiempos de la Revolución se dedicaron a asaltar las recuas de mulas que pasaban por Saltillo, procedentes de San Luis Potosí, México y Monterrey, cargadas de barras de oro y otros objetos valiosos.
Aquel tesoro era de tal inmensidad que, se aseguraba en aquel entonces, bastaba para mantener a Saltillo y sus habitantes por más de cien años. La ambición por encontrar esta riqueza fue tal, que incluso buscadores de tesoros venidos de España realizaron incursiones en este lugar para buscar el tesoro de los bandidos, sin que hasta hoy nadie haya logrado encontrarlo.
Don Arturo Carrillo Arreola, rostro moreno y surcado por los años, es uno de tantos saltillenses que se han aventurado a explorar el Cerro de La Cabrita en pos del codiciado oro. "A mi nuca me gustó que me contaran, siempre me iba a desengañar", dice.
El hombre, que hoy carga 86 años sobre sus espaldas, relata que siendo muy joven salió de excursión con un grupo de 18 muchachos a La Cabrita. Después de andar y arrastrarse por veredas que a ratos parecían inaccesibles, lo único que hallaron fue un antiguo comal de barro, unas latas vacías de salmón y, en torno del cerro, muchas excavaciones.
"Mas nunca sacamos nada y creo que nadie jamás ha podido encontrar ese tesoro, lo han andado buscando mucho, pero dicen que el Diablo se apodera de los tesoros y no quiere que se los quiten, no lo gastará, pero ahí lo quiere tener", narra don Arturo.
- ¿Y eso le da miedo? - "No, el miedo yo no lo conozco", remata.
La Cueva de Los Lamentos
Por los sombríos y sórdidos callejones de Saltillo corre una espeluznante leyenda, sobre una cueva situada en algún paraje escondido en la Carbonera, justo a orillas de la carretera 57.
Se cuenta de esta cueva, que fue en tiempos de la Colonia el lugar donde los ricos hacendados de lo que hoy es la Villa de Arteaga, gustaban de guardar sus dineros y otros objetos de gran valía.
Y se dice que en esta gruta, junto con los caudales los ricos del pueblo enterraron vivos también a muchos niños y gente mayor, con la promesa de interceder por la salvación de sus almas, a cambio de que se convirtiesen en los guardianes eternos de estos tesoros.
Con los siglos, y gracias a las historias que iban de boca en boca, este sitio cobró gran fama, tanta que gambusinos de todas partes vinieron hasta aquí para buscar el tesoro.
Algunos de los que sobrevivieron a la impresión de entrar a esta caverna, juran haber sido espantados por horribles fantasmas y lamentos desgarradores que provenían de las entrañas de esta gruta, bautizada por esta razón como La Cueva de los Lamentos.
Hay otros que aseguran que, burlando a los guardianes fantasmas del tesoro, han conseguido entrar a esta cueva y extraer algunas monedas de oro que encontraron casi a flor de tierra.
"Porque el tesoro no siempre es dado a la persona que lo busca, le es entregado a aquel que el espíritu cree que le puede ayudar", dice don Gilberto Castillo,
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