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Oro, Caballo y Hombre
Mar 12 Mar 2013, 11:24 am
Oro, caballo, hombre
Rafael F. Muñoz
Como en Casas Grandes terminaba la línea férrea, los villistas que se
dirigían rumbo a Sonora bajaron de los trenes, echando fuera de las
jaulas la flaca caballada y después de ensillar emprendieron la caminata
hacia el cañón del púlpito. La llanura estaba oculta bajo una espesa
costra de nieve endurecida que crujía a la presión de las herradas
pezuñas de los animales; a veces, éstos resbalaban y caían sobre el
húmedo colchón, blanco e interminable […].
Frente a Casas Grandes, a poco trotar, hay una laguna extensa, pero poco
profunda, casi una charca donde el viento no hace oleajes, rizando
apenas la superficie pantanosa, que semeja un cristal ahumado […].
El grueso de la columna se desvió, prefiriendo hacer un gran rodeo por
tierra firme, que atravesar la sospechosa calma de las aguas oscuras.
Pero un grupo de villistas […], se decidieron a marchar en línea recta a
través de la charca. A la cabeza del grupo iba un hombre alto […],
rostro oscuro completamente afeitado, cabellos que eran casi cerdas,
lacios, rígidos, negros; boca de perro de presa, manos poderosas, torso
erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los flancos del
caballo como si fuera garra de águila. Aquel hombre se llamaba Rodolfo
Fierro; había sido ferrocarrilero y después fue bandido, dedo meñique
del jefe de la División del Norte, asesino brutal e implacable, de
pistola certera y dedo índice que no se cansó nunca de tirar del
gatillo.
—Los caballos andan mejor en el agua que en la nieve —dijo y metió
espuelas. El animal dio un gran salto, penetró en la laguna levantando
un abanico de agua con cada pata, siguió adelante braceando a un metro
de alto y chapoteando con regocijado estrépito—. Éste es el camino para
los hombres que sean hombres, y que traigan caballos que sean caballos…
¡Adelante!
Los otros le siguieron, haciendo ruidos de cascada. Fierro iba cargado
de oro […], oro en los bolsillos abultados del pantalón, oro en el
pliegue que hacía la camisola al voltearse sobre el cinturón ajustado
[…], oro en bolsas de lona colgadas de la cabeza de la montura… Una
coraza de oro… ¡Kilos de oro!
Cuando caminaba en tierra firme, el caballo parecía no sentir sobre su
lomo al hombre enorme, parecía no llevar encima aquel tremendo
cargamento […]. Pero a cien metros, a ciento cincuenta, a doscientos
metros de la orilla de la laguna, el caballo fuese fatigando de no
encontrar tierra firme bajo sus herraduras, de meter los cascos en un
lodazal negro, espeso, congelado. […]
—Mi general, está el terreno muy pesado para los caballos —aventuró a
decir uno de los acompañantes—, mejor es que nos devuélvanos y denos la
vuelta por la orillita…
—¡Qué devuélvanos ni qué el demonio…! ¡Me canso de pasar este tal por
cual charco! El que tenga miedo, que se raje y dé media vuelta… no se
vaya a dar un baño.
Y dio otro apretón de pies en el vientre del caballo […]. El caballo
volvió a caer sobre sus cuatro patas y se vio entonces que el agua le
llegaba hasta el vientre. […] Fuese desarrollando una lucha tremenda: el
caballo contra el fango y el hombre contra el caballo. Los demás
jinetes no se atrevían a acercarse y habían formado un semicírculo a
cinco o seis metros de distancia. […]
Llegó el momento en que el animal no pudo desprender las manos del lodo.
Debía tenerlo ya más arriba de la rodilla, porque el agua le llegaba
hasta la mitad del cuerpo. Quedó un instante inmóvil dando unos bufidos
que parecían respuesta a los insultos que le seguía diciendo Fierro. Y
entonces fue cuando éste pensó en desmontar […], levantó la pierna
derecha sobre el lomo del animal y la sumergió en el agua tratando de
tocar fondo; pero el pie se le hundió en el barro que parecía
mantequilla […]. Sintió miedo, un miedo espantoso de quedarse ahí para
siempre, con su caballo y con su oro; volvió los ojos hacia sus hombres
con una intensa angustia. […]
—¡Epa! ¡Imbéciles! A ver si hacen algo… […]
Fierro estaba de rodillas sobre la silla, pálido, con los ojos desorbitados por el espanto.
—Una reata… ¡Échenme una reata! Le doy una bolsa a cada uno que me ayude
a salir…[…] Pronto… pronto… el caballo ya se fue al diablo.
Las reatas partieron simultáneamente con un uniforme silbido, pero fuera
por mal cálculo o porque los lanzadores tuvieran pocas ganas de verse
envueltos en el peligro, todas quedaron cortas y Fierro, sin soltar el
oro, intentó alcanzarlas alargando el brazo derecho. […] Pronto la
cabeza quedó a ras de agua y luego se hundió […]. Luego todo desapareció
bajo las aguas, que volvieron a quedar como un vidrio ahumado, sin
oleaje, apenas rizadas por el viento. Muy despacio, con toda clase de
precauciones, los testigos de la tragedia fueron saliendo a la orilla.
[…]
La columna continuó su marcha en la nieve, y al ponerse el sol acampó en un bosque. […] Recordando el drama, algunos dijeron:
—¡Lástima de oro!
Otros:
—¡Lástima de caballo!
Y ninguno lamentó la desaparición del hombre.
Tomado de Rafael F. Muñoz, Relatos de la revolución: antología, selec. y pról. de Salvador Reyes Nevares, SepSetentas Diana, México, 1981, pp. 181-188
Más de Chihuahua
Rafael F. Muñoz
Como en Casas Grandes terminaba la línea férrea, los villistas que se
dirigían rumbo a Sonora bajaron de los trenes, echando fuera de las
jaulas la flaca caballada y después de ensillar emprendieron la caminata
hacia el cañón del púlpito. La llanura estaba oculta bajo una espesa
costra de nieve endurecida que crujía a la presión de las herradas
pezuñas de los animales; a veces, éstos resbalaban y caían sobre el
húmedo colchón, blanco e interminable […].
Frente a Casas Grandes, a poco trotar, hay una laguna extensa, pero poco
profunda, casi una charca donde el viento no hace oleajes, rizando
apenas la superficie pantanosa, que semeja un cristal ahumado […].
El grueso de la columna se desvió, prefiriendo hacer un gran rodeo por
tierra firme, que atravesar la sospechosa calma de las aguas oscuras.
Pero un grupo de villistas […], se decidieron a marchar en línea recta a
través de la charca. A la cabeza del grupo iba un hombre alto […],
rostro oscuro completamente afeitado, cabellos que eran casi cerdas,
lacios, rígidos, negros; boca de perro de presa, manos poderosas, torso
erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los flancos del
caballo como si fuera garra de águila. Aquel hombre se llamaba Rodolfo
Fierro; había sido ferrocarrilero y después fue bandido, dedo meñique
del jefe de la División del Norte, asesino brutal e implacable, de
pistola certera y dedo índice que no se cansó nunca de tirar del
gatillo.
—Los caballos andan mejor en el agua que en la nieve —dijo y metió
espuelas. El animal dio un gran salto, penetró en la laguna levantando
un abanico de agua con cada pata, siguió adelante braceando a un metro
de alto y chapoteando con regocijado estrépito—. Éste es el camino para
los hombres que sean hombres, y que traigan caballos que sean caballos…
¡Adelante!
Los otros le siguieron, haciendo ruidos de cascada. Fierro iba cargado
de oro […], oro en los bolsillos abultados del pantalón, oro en el
pliegue que hacía la camisola al voltearse sobre el cinturón ajustado
[…], oro en bolsas de lona colgadas de la cabeza de la montura… Una
coraza de oro… ¡Kilos de oro!
Cuando caminaba en tierra firme, el caballo parecía no sentir sobre su
lomo al hombre enorme, parecía no llevar encima aquel tremendo
cargamento […]. Pero a cien metros, a ciento cincuenta, a doscientos
metros de la orilla de la laguna, el caballo fuese fatigando de no
encontrar tierra firme bajo sus herraduras, de meter los cascos en un
lodazal negro, espeso, congelado. […]
—Mi general, está el terreno muy pesado para los caballos —aventuró a
decir uno de los acompañantes—, mejor es que nos devuélvanos y denos la
vuelta por la orillita…
—¡Qué devuélvanos ni qué el demonio…! ¡Me canso de pasar este tal por
cual charco! El que tenga miedo, que se raje y dé media vuelta… no se
vaya a dar un baño.
Y dio otro apretón de pies en el vientre del caballo […]. El caballo
volvió a caer sobre sus cuatro patas y se vio entonces que el agua le
llegaba hasta el vientre. […] Fuese desarrollando una lucha tremenda: el
caballo contra el fango y el hombre contra el caballo. Los demás
jinetes no se atrevían a acercarse y habían formado un semicírculo a
cinco o seis metros de distancia. […]
Llegó el momento en que el animal no pudo desprender las manos del lodo.
Debía tenerlo ya más arriba de la rodilla, porque el agua le llegaba
hasta la mitad del cuerpo. Quedó un instante inmóvil dando unos bufidos
que parecían respuesta a los insultos que le seguía diciendo Fierro. Y
entonces fue cuando éste pensó en desmontar […], levantó la pierna
derecha sobre el lomo del animal y la sumergió en el agua tratando de
tocar fondo; pero el pie se le hundió en el barro que parecía
mantequilla […]. Sintió miedo, un miedo espantoso de quedarse ahí para
siempre, con su caballo y con su oro; volvió los ojos hacia sus hombres
con una intensa angustia. […]
—¡Epa! ¡Imbéciles! A ver si hacen algo… […]
Fierro estaba de rodillas sobre la silla, pálido, con los ojos desorbitados por el espanto.
—Una reata… ¡Échenme una reata! Le doy una bolsa a cada uno que me ayude
a salir…[…] Pronto… pronto… el caballo ya se fue al diablo.
Las reatas partieron simultáneamente con un uniforme silbido, pero fuera
por mal cálculo o porque los lanzadores tuvieran pocas ganas de verse
envueltos en el peligro, todas quedaron cortas y Fierro, sin soltar el
oro, intentó alcanzarlas alargando el brazo derecho. […] Pronto la
cabeza quedó a ras de agua y luego se hundió […]. Luego todo desapareció
bajo las aguas, que volvieron a quedar como un vidrio ahumado, sin
oleaje, apenas rizadas por el viento. Muy despacio, con toda clase de
precauciones, los testigos de la tragedia fueron saliendo a la orilla.
[…]
La columna continuó su marcha en la nieve, y al ponerse el sol acampó en un bosque. […] Recordando el drama, algunos dijeron:
—¡Lástima de oro!
Otros:
—¡Lástima de caballo!
Y ninguno lamentó la desaparición del hombre.
Tomado de Rafael F. Muñoz, Relatos de la revolución: antología, selec. y pról. de Salvador Reyes Nevares, SepSetentas Diana, México, 1981, pp. 181-188
Más de Chihuahua
- gabriel hernandezLíder de opinión.
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Edad : 51
Localización : cd juarez chih
Fecha de inscripción : 24/06/2009
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Re: Oro, Caballo y Hombre
Mar 12 Mar 2013, 12:30 pm
asi es pariente muy cierto ese relato, la laguna fierro en casas grandes!!! cuentan que mi general villa si rescato el cuerpo de fierro, del oro ya no se supo!!!
- gabriel hernandezLíder de opinión.
- Cantidad de envíos : 87
Edad : 51
Localización : cd juarez chih
Fecha de inscripción : 24/06/2009
Puntos : 5547
Re: Oro, Caballo y Hombre
Mar 12 Mar 2013, 12:35 pm
cuentan que en la batalla de tierra blanca, que se escapo un tren con dos vagones de soldados federales y mi general villa ordeno a fierro que los alcanzara, este al alcanzarlos los mato a todos y mi general se molesto bastante, por el exceso de fierrito!!! esa batalla tuvo lugar hacia el sur de cd juarez!!!!
- arceLíder de opinión.
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Edad : 39
Localización : baja california sur
Fecha de inscripción : 07/01/2013
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Re: Oro, Caballo y Hombre
Mar 12 Mar 2013, 5:36 pm
Muy buen relato compañero creo que cuenta la historia que esta fue la unica vez que al general Villa se le vio llorar y luego lo rescato para sepultarlo. eso fue lo que nos contaron camino a Paquime.
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