Reportaje de Prensa Española

Buscadores de tesoros Los «piteros» buscan objetos metálicos bajo la tierra ayudados de sofisticados aparatos ISABEL TRILLO MADRID.

Quién no ha soñado alguna vez con encontrar un tesoro perdido, el cofre del capital Flynt o el Caldero de Oro que, según la leyenda, hay enterrado en algún lugar de Irlanda.

En la última década, este sueño se ha convertido en una actividad lúdico-deportiva y al alcance de todos gracias a los avances tecnológicos.

Los nuevos cazadores de tesoros pasean plácidamente por los campos de labor o por las playas, en bermudas y deportivas, con sofisticados detectores de metales, que han sustituido a los péndulos, brújulas, sextantes o las ramas de árboles en forma de horquilla.

Sofisticado aparato El detector de metales es una sofisticada máquina que consta de una caja electrónica enganchada a un tubo en cuyo extremo hay un plato que se arrastra a ras del suelo y lanza unas ondas electromagnéticas sobre el terreno; éstas rebotan sobre cualquier objeto metálico enterrado, el plato recoge la señal, la discrimina e identifica el metal.

Hay que tener un oído muy fino o estar muy atentos a la pantalla del detector porque, a veces, el hierro se confunde con el oro. Ya sólo hace falta escarbar un poco para ver qué hay entre la tierra, ya que los detectores no alcanzan una profundidad mayor de 20 centímetros. Por eso, esta afición se realiza en campos de labor recién arados, ya que el tractor, a su paso, remueve gran cantidad de tierra y saca a la superficie los secretos que esconde.

Los objetos grandes se ven a simple vista, los más pequeños, sucios y embarrados, sólo los localizan el pitido del detector. Aunque cada vez hay menos, ya que la acción de los nitratos de los abonos consume todo objeto metálico, sobre todo el bronce y el cobre.

Los tesoros que más aparecen son chapas de botella, latas, clavos, herraduras; objetos de la vida cotidiana como botones, dedales, cucharas; y, muy de vez en cuando, algún anillo de oro, una vieja cruz de plata o una cadena rota. Ocasionalmente, aparecen objetos curiosos, como proyectiles en forma de canica de las guerras napoleónicas, balines de la Guerra Civil española y alguna que otra moneda.

La mayor parte de esta afición se ha centrado, en los últimos tiempos, en los campeonatos que organizan las 11 asociaciones repartidas por España. Es realmente en estos torneos donde se encuentran los verdaderos tesoros. Los organizadores llegan a enterrar hasta medio millón de pesetas en premios, como en el reciente Campeonato de España celebrado en los alrededores de la Escuela de Vuelo sin Motor de Ocaña, organizado por la revista El explorador. Allí, un centenar de piteros, que así se les llama en el argot, afilaron sus armas en busca de las codiciadas chapas de aluminio (el metal que mejor señal da) con los suculentos trofeos. Pero no es oro todo lo que reluce.

Esta es una afición que tiene mala fama para las delegaciones de Cultura, que ven a estos aficionados como los nuevos piratas del siglo XXI, o como expoliadores del patrimonio e intentan prohibir el uso de los detectores con campañas de desprestigio. la mayoría de los malentendidos vienen por el desconocimiento del uso correcto de un detector de metales, de la correcta aplicación de las leyes y por un mal entendido intrusismo por parte de los arqueólogos. Nada más lejos de la realidad y de las costumbres europeas. Sirva como ejemplo que las más de 900 asociaciones del Reino Unido trabajan en estrecha colaboración con los arqueólogos en sus trabajos de investigación. Los hallazgos casuales mientras se practicaba este deporte han ayudado a éstos en sus estudios, además de reportar al pitero su correspondiente recompensa.

--- Decálogo del «pitero»

- No usar el detector en sitios catalogados como yacimientos arqueológicos, lugares históricos e inmediaciones de monumentos catalogados como bienes de interés cultural (BIC). Todos estos lugares están publicados en el Boletín Oficial del Estado (BOE).

- Pedir permiso a los dueños de las tierras donde se use el detector de metales.

- Respetar las leyes del campo: cultivos, cercados, plantas y animales; y dejar el lugar tal y como se encontraba.

- Declarar los objetos que puedan tener valor patrimonial y que casualmente se pudieran encontrar.

- Retirar de la playa objetos perniciosos para la salud pública (clavos, agujas hipodérmicas, etcétera). Como explican ellos, no es el dinero lo que produce mayor satisfacción, sino haber encontrado algo que estaba oculto y que, gracias al detector, ha visto la luz. Ese es el verdadero tesoro.