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"LA LLAVE"    Empty "LA LLAVE"

Mar 07 Feb 2012, 5:31 pm
Este relato hace rato que lo leí en un libro de historia de Hermosillo. La encontré hoy en internet y aprovecho para publicarla aquí en el foro.
El que escribe esta historia (Don Gilberto Escobosa) fue cronista oficial de la capital de Sonora.

"LA LLAVE"
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MaloBueno


por Gilberto Escobosa Gámez

Thursday, 05 de January de 2012
"LA LLAVE"    Dongilbertoescobosa1
De su libro “CRÓNICAS, CUENTOS Y LEYENDAS SONORENSES”
Una anécdota familiar
Esto
parece un cuento del medievo e influido por la superstición, es en
realidad un relato verídico que aún está latente después de más de
ochenta y cinco años. ¿Quiénes de nosotros no hemos sido testigos de
sucesos inexplicables que el pensamiento más lúcido no puede negar que
en ello hay algo que está fuera de su comprensión? Quizá algún día la
parapsicología nos dé una explicación valedera que nos deje satisfechos.



Sin
embargo, habrán de pasar muchas generaciones antes de que alguien
explique, científicamente, un suceso que hoy como ayer, llega a los
linderos del misterio, en el que mi padre participó y que, empero, nunca
supo su desenlace. Hoy, todavía llena de inquietud a la quinta
generación constituida por mis nietos.

Ese fenómeno parapsicológico –digámosle así-
tuvo lugar en el año de 1898; lo recuerdo muy bien cuando de labios de
mi padre escuché su principio y ví con mis ojos el final en la época de
mi adolescencia.

Mas
para que las personas ajenas a este hecho comprendan bien ese suceso
aún inexplicable, será menester que dentro de este relato que pretende
ser coherente, se mencionen una serie de circunstancias que mediaron y
que parece que propiciaron lo que sigue siendo incomprensible:

"LA LLAVE"    Bisabuelo_david_escobosa_hugues
Don David Escobosa Hugues
Mi
abuelo, un comerciante próspero, había sido durante toda su vida un
hombre vigoroso, sano de cuerpo y espíritu, descendiente de sefarditas,
quien contaba con más de cuarenta años de edad cuando se casó.

Sabido
es que el matrimonio de un hombre de edad provecta, con experiencia, le
permite imponer en su hogar una disciplina y una crianza para sus hijos
de acuerdo con las mismas rígidas costumbres de su época. Ese fue el
caso de mi antepasado; sus hijos recibirían su misma educación familiar.

En
aquellos tiempos, los noventas del siglo XIX, nuestro Estado no tenía
comunicación buena con el centro de la Nación; sólo por mar, por el
Puerto de Guaymas, ya que el Ferrocarril Sud Pacífico de México comunicó
con Guadalajara hasta 1927. Por tanto, no teniendo los sonorenses de
ayer buenas comunicaciones con sus compatriotas del Sur, los nativos de
esta tierra bañada por el sol eran diferentes en sus costumbres a los de
allá, ya que tenían su propia idiosincrasia, sin ser, naturalmente,
menos mexicanos.

Además
esa falta de comunicaciones hacía el sur obligaba a los jóvenes que
deseaban alcanzar altos estudios, a concurrir a colegios
norteamericanos. Por ello mi padre y sus tíos, como mi abuelo, hubieron
de ir al norte a estudiar.

Fue
así como, encontrándose mi futuro progenitor en la Ciudad de San
Francisco, California, se le envió un mensaje en el que se le
participaba que su padre había sufrido un inesperado ataque al corazón;
mas el hijo estaba en cama víctima de la fiebre causada por la pulmonía.
Como las autoridades médicas recomendaron que no se entregase al
enfermo ninguna mala noticia, el joven estudiante ignoró que su padre
esa noche falleció al sobrevenirle un segundo ataque cardíaco.

A
los dos días el enfermo de fiebre recuperó el conocimiento y lo primero
que dijo a unos acongojados parientes que estaban al lado de su lecho
fue:

-¡Qué raro! Desde hace dos noches he soñado que mi padre me dice:
“Hijo, no olvides que en uno de los bolsillos de mi saco he guardado la llave”. Ignoro a qué llave se refería-
"LA LLAVE"    Llave_antigua_2
El
abuelo fue sepultado en el cementerio viejo que estaba ubicado en los
predios que ocuparon la Jefatura de Policía y ocupan la Comisión
Federal de Electricidad y salubridad, o sean las calles Nuevo León, al
Sur; Matamoros, al Oeste; Juárez, al Este y Zacatecas, al Norte. El
sepulcro de mi antepasado se localizaba en la esquina (de hoy) que
forman las arterias Zacatecas y Matamoros. La primera de estas calles
era todavía en 1945 un arroyo profundo que corría de Este a Oeste.

La
muerte del jefe de la familia hundió en la desesperación a su esposa y a
sus hijos; la viuda, como la reina Victoria de Inglaterra cuando perdió
a su príncipe Alberto, se refugiaba con su dolor en sus habitaciones y
se resiste a oír hablar del mundo que la rodea; sólo quiere vivir sus
recuerdos para ver nuevamente al esposo amado cuya alma, cree, le viene a
consolar.

Por
falta de buenos transportes en aquellos tiempos, en parte, por su
enfermedad, quien sería mi padre llegó a su hogar después de ocho días
que la parca le visitó. El luto era riguroso; hasta los varones usaban
camisas negras y las mujeres jóvenes y maduras, durante muchos días no
salían a la calle. Aún se percibía el patético olor de las flores y la
cera derretida que nos recuerda al muerto en el féretro. El joven que
sería el abuelo de mis hijos, llora en silencio en aquella estancia y
parece que escucha el chisporroteo de los cirios parpadeantes que a
intervalos proyectan en la pared las sombras de los deudos que rezan en
la capilla ardiente.

Pero
todo es fruto de la imaginación, por que el muerto ya pasó a rendir su
tributo a la madre tierra. Sólo quedan como flores perennes los dulces
recuerdos.

Esa
noche hubo una reunión familiar para hablar de los planes del futuro.
Una tía propone que no se deje sola a la madre inconsolable, porque
también ha enfermado de pesar; su corazón puede causarle un serio
disgusto y poner en peligro su vida. SE acuerda que los muchachos no
volverán a continuar sus estudios en el Norte. El sacrificio es muy
grande, pero el vínculo familiar en esos tiempos era sólido, nada podía
destruirlo.

Esa
noche también se mencionó el extravío de la llave del compartimiento de
la caja fuerte donde el abuelo sus alhajas. Unánimemente se acordó no
abrirlo si para ello era necesario emplear una forma violenta.

"LA LLAVE"    Caja_fuerte_2
En
la velada mi padre no quiso decir cómo su progenitor, en sueños, le
señalaba el lugar donde guardaba la llave; pues no quiso causar mayores
congojas a sus familiares.

Transcurrieron
los años y vinieron nuevas primaveras como bálsamos que mitigan los
dolores. En 1913, quince años después, la abuela también emprendió el
viaje que no tiene retorno; iba sonriente pensando que se reuniría con
su esposo: ¡Tan grande así es la fe de los creyentes! Luego el
calendario esparció sus hojas con los vientos de muchos otoños; en 1929
murió mi padre y después dos de sus hermanos. Llegó 1933 y se comenzó a
instar a los deudos de los sepultados en el “Cementerio Viejo” a que
llevasen los restos al “Cementerio Nuevo” de la Calle Yáñez final, so
riesgo de que los huesos quedasen en la fosa común y enterrados debajo
de las cimentaciones de los edificios que allí se construirían.

En
la reunión de familia se acordó cambiar de morada a todos nuestros
antepasados, entre quienes iría el abuelo; y cuando se exhumó a éste, en
un bolsillo de su saco desgarrado por el transcurrir de 35 años,
apareció una llave grande, antigua y herrumbrosa.

La
caja fuerte había pasado a nuestro poder, pero jamás se había abierto
el compartimiento respetando lo dispuesto por la abuela; mas cuando
regresamos de la necrópolis después del traslado de los venerables
restos, vimos que la llave encontrada en el sepulcro era la extraviada.
En el lugar que nadie abrió durante tanto tiempo, estaba una carta
dirigida por el abuelo a mi padre, que nunca leyó por que la parca le
llevó cuatro años antes.

En
la nota escrita por el progenitor de mi progenitor, declaraba a éste
heredero de su leontina de oro, la cual a su vez heredaría al mayor de sus hijos.

Unas
horas después del regreso del cementerio, en un nuevo consejo familiar
se acordó que la prenda encontrada al lado de la carta, me pertenecía
como perteneció a los primogénitos de cinco generaciones antes de la
mía.

Como
se asiente en otra parte de este relato, han transcurrido más de
ochenta años de la fecha en que mi abuelo, en sueño, señaló a su hijo el
lugar donde guardó la llave del compartimiento de la caja fuerte, que
fue hallada al exhumarse, y, sin embargo, todavía ese hecho no emerge de
lo inexplicable cuando ya han llegado los miembros de la quinta
generación.

Ni la llave, que aún conservamos, ha podido abrir ese misterio.
"LA LLAVE"    Llave_antigua_3

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"LA LLAVE"    Empty Re: "LA LLAVE"

Mar 07 Feb 2012, 5:59 pm
OTRA HISTORIA


LA FAMILIA MORALES DE TECORIPA. ¿Disparó el muerto?
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MaloBueno


por Gilberto Escobosa Gámez

Thursday, 06 de November de 2008
"LA LLAVE"    Glilbeto%20escobosa%20gamez%20cuentos
De su libro titulado “CRÓNICAS, CUENTOS Y LEYENDAS SONORENSES”
En
los primeros días del mes de julio de 1910, tuvo lugar un suceso que
conmovió profundamente a los habitantes de una amplia zona de nuestro
Estado, y que adquirió perfiles de misterio tocando lo sobrenatural.
Empero, pronto se olvidaron porque cuatro meses después estalló lo que
hoy llamamos la Revolución Mexicana que costaría al país un millón de
muertos y el éxodo de cientos de miles de personas. Fueron muchos los
males que se abatieron sobre nuestra patria que hicieron que cada quien
se preocupase por sí mismo y sus familias, pasando a segundo término
todo lo que no fuese el temor de perder la vida, los bienes y la
libertad en aquel maremágnum de pasiones desbordadas.



Los habitantes de Tónichi, San Javier, Tecoripa, San José de Pimas, Minas Prietas y La Colorada,
en esas fechas tenían motivos muy grandes para no sólo estar
preocupados, sino alarmados. Además de que el candidato de oposición don
Francisco I. Madero, prometía aires de renovación política para echar
por tierra las viejas estructuras del Porfiriato, sus partidarios
gritaban a voz en cuello que tomarían las armas si el presidente Díaz se
empecinaba una ves más en pisotear la democracia.

Sin embargo, en Tecoripa
vivía una familia que no pensaba en las cuestiones políticas del
momento, ni tenía tiempo para preocuparse de las tropelías de los
yaquis. Razones muy poderosas obligábanla a centrar su intranquilidad
dentro de ella misma: Juanito, el mayor de los hijos,
de trece años de edad, desde el año anterior comenzó a padecer ataques
epilépticos que día a día empeoraban, al grado de que don José María Morales y doña Mercedes, los padres, optaron por ubicar su residencia en Minas Prietas con la idea de encontrarse más cerca de Hermosillo, ciudad que no obstante ser pequeña contaba con varios médicos de prestigio.

Para
la familia Morales significaría muchos perjuicios el traslado de su
hogar, en virtud de que en el pueblo que habrían de abandonar tenían
establecida una próspera tienda de ropa y comestibles. Y aunque sus
planes de avecindarse en otro lugar eran para llevarse a cabo hasta
dentro de ocho meses, un día don José María ordenó a su mujer que
alistase todo para dentro de cinco días trasladarse al lugar donde
vivirían en lo futuro.

"LA LLAVE"    Carro_de_mulas
En
la fecha dispuesta los Morales cargaron todos sus muebles en dos carros
grandes de dos troncos de mulas, y en un carro ligero de dos caballos
subieron ellos, sus tres hijos y José Loreto, el mozo,
partiendo a las cuatro de la mañana. Por instrucciones del comandante
del Cuerpo de Rurales, cinco hombres bien armados les irían custodiando.

En
ese año las lluvias en el Distrito de Hermosillo fueron tempraneras e
intensas, por lo que el padre de familia sabía que la marcha no podría
ser rápida, y así fue. Tan sólo habían caminado cincuenta minutos cuando
se dieron cuenta de que las avenidas de los arroyos les hacían más
penosa la marcha; y a las cuatro horas, durante un escampe, hicieron un
alto en el camino para dejar beber a las bestias y darles un poco de
forraje. En ese lapso doña Mercedes preparó un opíparo desayuno en un
bracero hecho con una lata vacía de petróleo, que comieron su marido,
sus hijos, el mozo y los soldados.

La
señora de Morales llevaba tortillas de harina hechas a mano, envueltas
en tela de manta húmeda, carne seca y chorizo; alimentos éstos que
soportaban los calores del desierto y de la tierra sonorense.

A
las diez de la mañana emprendieron nuevamente la marcha y poco antes de
mediodía llegaron a San José de Pimas, una aldea en aquel tiempo
habitada en su mayoría por indígenas pacíficos, laboriosos y
hospitalarios. Don José María, a instancias del Comisario del lugar,
decidió pasar allí la tarde y la noche porque, además de que se preveía
un temporal, el niño necesitaba descanso.

El
señor Morales y sus acompañantes empezaron a armar una carpa; pero el
viento y la lluvia les impidió hacerlo. Entonces el jefe de la autoridad
municipal les invitó a que ocupasen tres cuartos de la comisaría, que
con gusto aceptaron.

Todavía al día siguiente de la llegada de la familia, el arroyo San José,
que pasa por un lado de la aldea, corría y a ratos amenazaba con
salirse de madre. Aún mucho después de estos acontecimientos, los
habitantes de aquella comarca, en forma pintoresca hablaban de “los días del diluvio chiquito que nos cayó”.

Las
cuarenta y ocho horas que hubieron de permanecer don José y sus
acompañantes en San José de Pimas, fueron para el padre y la madre como
una terrible pesadilla: Juanito tuvo momentos en que parecía tocar las
fronteras de la muerte. Y el padre, temeroso de que su hijo no llegase
con vida a Minas Prietas, nuevamente siguió el viaje; pero en esta
ocasión dando prisa al convoy, calculando que llegarían a su destino en
tres horas y media, o sea a la una de la tarde. Ese día no pudieron
madrugar porque fue necesario hacer unas reparaciones a uno de los
vehículos.

A
pesar de que el carro ligero podía acelerar la marcha y llegar primero
que los carros pesados, los soldados sugirieron que todos fuesen al
mismo paso y el carrito en centro del convoy, para proteger mejor a la
familia en el caso de un asalto de los indígenas depredadores.

A
las doce y media de ese mediodía todo iba bien; había dejado de llover y
un ligero nublado hacía que los rayos del sol, inclementes en esos días
del año, fuesen más soportables, pero... Repentinamente se escucharon
varios disparos y uno de los guardias cae abatido. Y como si hubiesen
estado de acuerdo, los conductores de los carros buscaron refugio en los
arroyos y se prepararon a vender caras sus vidas. Don José María,
viendo que no le sería posible huir con los suyos, fustigó a las bestias
y en una forma rápida hizo alto en un recodo del camino que estaba
protegido por dos pequeños terraplenes. Sólo la pericia del conductor
evitó que el vehículo se volcase. Y después de tan aparatosa llegada a
aquel lugar, José Loreto, el mozo pápago, se apeó rápidamente del carro,
con una carabina en la mano preparado para defender hasta con su vida a
sus patrones.

"LA LLAVE"    Carro_de_mulas2
Seguramente
que los asaltantes. Quienes eran unos jóvenes yaquis inexpertos, habían
planeado mal el asalto y las cosas no estaban resultando como ellos
esperaban. Los disparos de los defensores se escuchaban desde distintos
lugares y por ello se colegía que los indígenas, sin darse cuenta cómo,
quedaron copados.

Mientras
José Loreto atisba por un lado, el señor Morales lo hace por el otro,
procurando no disparar si no es muy necesario, ya que los asaltantes,
teniendo que defenderse de los asaltados, les han olvidado por el
momento.

Los
cuatro sobrevivientes de los Rurales se veía a las claras que eran
hombres valientes y con experiencia en ese tipo de combate, porque ya
había por tierra tres enemigos muertos.

Es increíble sería
difícil explicar la forma en que un hombre de bien actúa cuando ve el
peligro de muerte para sus hijos y su mujer. El acaudalado comerciante
nunca se había considerado una persona valiente; jamás había tenido una
disputa; siempre en todos los actos de su vida había obrado con
serenidad y con espíritu de justicia que le había hecho respetable y
estimado. Pero en ese instante todo era diferente y, aunque nunca pensó
que sería capaz de matar a un ser humano, hoy dispararía sobre el
forajido que se pusiese delante de su mira. Tampoco le importaba perder
la vida si con ello salvaba a los suyos.

En
esas cavilaciones estaba don José cuando se acercó por ahí el caballo,
espantado por los disparos, del soldado caído. Entonces sin medir el
peligro salió al campo descubierto y trajo hasta el refugio el animal
tomado por las riendas. Luego ordenó a José Loreto que en la cabalgadura
fuese a Minas Prietas a avisar a la Comandancia Militar lo que ahí
estaba sucediendo. Al principio el mozo pápago se negaba a dejarles
solos y solamente accedió a ir porque su patrón le convenció de que esa
era la única forma de salvar a la familia.

Los
minutos transcurrieron lentamente y se convirtieron en dos largas
horas, mortales para el espíritu que desespera. El padre de la familia
llegó a creer que José Loreto fue alcanzado por las balas que le
dispararon los yaquis, “y si así es”, pensó, “al llegar la noche estaremos perdidos”. Pero en ningún momento el hombre perdió el valor.

Así
estaban las cosas al momento de escuchar que su mujer sollozaba. Se
acercó y vio que su hijo ya no respiraba; estaba muerto. Le cubrió el
rostro y el cuerpo con una sábana, y se dijo a sí mismo: “Ahora debo salvar a los que quedan”,
mas ni una lágrima brotó de sus enrojecidos ojos. Mientras ella
musitaba una oración, él fue a atisbar hacia donde se escuchaban
disparos de ambos bandos... Fue ese el instante en que la señora vio
horrorizada, que uno de los asaltantes desde un montículo apuntaba con
un rifle sobre la espalda de su marido. Quiso gritar pero de su garganta
no salió voz alguna. Tampoco pudo ponerse de pie para interponerse en
la trayectoria de la bala. Y para aumentar la tensión de la mujer, los
dos niños, de cinco y siete años, que hasta ese momento habían
permanecido acurrucados y envueltos en cobijas, aterrorizados, salieron
llorando histéricamente buscando la protección de su padre.

En
el paroxismo de la angustia, en el momento que la señora esperaba ver a
su marido y a sus hijos caer muertos, se oyó un disparo dentro del
refugio, y el yaqui que estaba a punto de asesinar caía muerto y rodando
vino a quedar a los pies de Juanito. Enseguida se escucharon ruidos de
cabalgaduras y voces de mando: Era el comandante del Cuerpo de Rurales, don Luis Medina Barrón, que llegaba con sus hombres. Y en unos cuantos minutos no había yaqui con vida.

Esa
noche la señora de Morales hubo de ser atendida por los médicos
norteamericanos de la Cía. Minera; pues se temía que perdiera la razón.
Ella aseguraba que fue su hijo muerto el que disparó contra el yaqui
que estaba a punto de asesinar a su familia. Y por su parte don José
María, manifestó que al recoger el cadáver del niño que había cubierto
con una sábana, le encontró en otro lugar, en distinta posición y son
una carabina a su lado.

Sólo
los médicos opinaron que tal vez la señora, en aquellos momentos
dramáticos, perdió momentáneamente la razón y disparó, olvidándose
después.

¡Quién sabe! Ese hecho parece una novela de misterio que escribió la realidad.

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"LA LLAVE"    Empty Re: "LA LLAVE"

Mar 07 Feb 2012, 6:24 pm
Hola, muy interesantes los relatos, ¿sucedieron de verdad?
Saludos
DEThector
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"LA LLAVE"    Empty Re: "LA LLAVE"

Mar 07 Feb 2012, 8:22 pm
Sí, y el primero caso es anécdota familiar del mismo cronista.
mako
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"LA LLAVE"    Empty Re: "LA LLAVE"

Mar 07 Feb 2012, 10:34 pm
DEThector
Gracias por compartir estas crónicas
Muy interesantes
Saludos
Mako
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Miér 08 Feb 2012, 6:20 pm
mi correo es jalimas12@hotmail.com disculpe mi olvido. Gracias
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