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Frase Célebre : CAMARON QUE SE DUERME SE LE CAE LA SOPA
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INFLUENZA ESPAÑOLA EN SONORA
Miér 28 Abr 2010, 5:48 pm
RELATO DE LA EPIDEMIA DE INFLUENZA ESPAÑOLA
QUE SUFRIO EL PUEBLO DE SAN PEDRO DE LA CUEVA EL AÑO DE 1918
Por: Enrique Y. Duarte
Julio 31 de 1981. San Pedro de la Cueva, Sonora, México.
A
fines de octubre de 1918, empezó la influenza Española, en este pueblo,
primeramente se enfermó un niño llamado Pastor Romero, hijo de José
Romero y Remedios Noriega de Romero, le pusieron cuarentena, por fuera
de su casa en la calle, pusieron unas piolas para que nadie pasara por
ahí, las provisiones que necesitaban se las ponían al otro lado de las
piolas para no tener contacto con las gentes que vivían donde estaba el
enfermo.
Como a los tres días murió el niño, en seguida se enfermó
la mamá y otro hijo y también murieron, al siguiente día, fue general
la enfermedad en todo el pueblo, hubo casas que no quedó nadie sin
enfermarse, cayeron todos el mismo día, a mi me dolió la cabeza todo el
día y eso fue todo, mis hermanos eran seis solteros y todos se
enfermaron, mi mamá y la mamá de mi mamá que ahí vivía con nosotros no
se enfermaron, en casa de Esther mi hermana calleron todos al mismo
día, ella, su esposo y 4 hijos, me los traje a todos a nuestra casa, en
una carretilla, heché viajes y viajes, en ese tiempo no había carros lo
mismo lo hice con mi hermana Lupe, su esposo y una niña que tenía,
también me traje a una hermana de mi mamá que se llamaba Antonia y seis
hijos, en total acabalamos veintidós enfermos, mi mamá y yo los
atendíamos día y noche, curándolos y dándoles alimentos y mi abuela
(María) era la cocinera para todos, como la tercer noche mi mamá la
venció el sueño y cayó al suelo en el corredor y luego comenzó a
roncar, traía una lámpara en las manos, y le cayó en las enaguas y
comenzaban a arderse cuando salí y se las apagué, y esto se volvió a
repetir igual enteramente la siguiente noche, porque no había descanso
ni de día ni de noche, de los veinte y dos enfermos nada más murió un
niño de seis años, llamado Adalberto hijo de Esther mi hermana y de
Manuel S. Encinas, teniéndolo acostado en medio de ellos, no se dieron
cuenta cuando murió, yo lo estuve atendiendo ya al fin, me pedía agua y
se la daba, ni bien ponía la cabecita en la almohada y otra vez agua,
ya me tenía enfadado, que después que se murió, me pudo mucho haberme
enfadado con él, lo saque al corredor y lo puse sobre una mesa y le
hablé a Amalia mi hermana, era su madrina, se levantó envoltijada
porque todavía estaba enferma, sacó una sábana y lo envolvimos, como a
Celia mi hermana de ocho años de edad era la última que atendíamos una
de las veces, ya la encontramos muriéndose ya sin habla, nada más con
la vista fija viendo las vigas, era de pura debilidad, luego acudió mi
mamá a darle una tasa de atole blanco con una cuchara de aceite
mexicano, era la medicina más eficaz en ese tiempo, se la dimos la
medicina es decir el atole con una cuchara, estaba acostada boca
arriba, tragaba con mucha dificultad, cuando terminó la taza, comenzó a
volver en sí, al rato ya comenzó a hablar, que si nomás nos tardamos
poco más, la hubiéramos encontrado muerta.
Después cuando se comenzaron a aliviar no tenían llene, mi mamá tenía
como unas 50 gallinas y todas las maté, además tenía unas 40 vigas para
hacer unas piezas todas las partíamos para leña.
Había un Doctor llamado Uribe Corona que todos los que atendía era
seguro la muerte, tenían que pagarle primero $20.00 veinte pesos,
menos, no iba, valían las vacas en ese tiempo $15.00 quince pesos; a mi
me vino en el pensamiento que este les daba veneno, para tener más
enfermos que atender, nosotros no lo quisimos ver aunque se nos vieran
unos muy graves, cuando supe que lo habían visto para que curara a
Florencio Nuñez hermano de Georgina de Juan Peñúñuri, luego dije para
mañana va a amanecer muerto, dicho y hecho, amaneció muerto, me subí a
la azotea para ver cuando lo sacaran para hecharlo a la carreta que
acarreaba a los difuntos al cementerio, era uno de los más amigos que
tenía, éramos más o menos de la misma edad. El que los sepultó a los
150 ciento cincuenta y que nadie le ayudó fue mi comp. José Trejo, el
los recogía en sus casas y los llevase al cementerio en una carreta de
hierro de su propiedad, estirada por una mula, en el cementerio había
una mesa grande y alli los dejaba para volver por otro viaje, cuando ya
pasaron de 15 los sepultaba, él solo abría el sepulcro; de una de las
veces subiendo la cuesta al cementerio se le reventaron las cadenas de
la carreta y se le hizo un desparramo de difuntos, los volvió a echar a
la carreta, otra de las veces traía unos de la calle Sinaloa y en el
camino revivió una muchacha y se devolvió a dejarla, cuantos llevaría
desmayados y los enterró, porque hubo casas que no quedó ni quien les
diera un vaso de agua.
Yo me daba cuenta de los que morían todos los días, porque acarreaba
agua en un caballo y me encontré con mi comp. José y me decía, un día
murieron 21 veintiuno, una de las veces que llevó un viaje en la noche
y había luna muy clara, vió de las que tenía en la mesa que lo llamaba,
me dijo: hoy comp. se me pararon los cabellos y el sombrero y me quedé
estancado, no me podía mover, no le miento comp. al rato me cobré y me
armé de valor, y dije: no me voy sin desengañarme y me acerqué a la
mesa, y resulta que uno de los muertos tenía un brazo parado y la manga
de la camisola tenía un puño desabrochado y estaba haciendo viento y le
estaba volando el puño y eso era lo que vi que me llamaba, se me
afiguró que era mano, nomás no me desengaño me vengo y no vuelvo de
noche.
Otro día al pasar por la calle Jiménez me habló Doña Margarita F. de
Escamilla (alias la Tuca), por ese nombre nomás la conocíamos, para que
me llevara a su hijo Ignacio como de 25 años de edad, y entré a sacarlo
para echarlo a la carreta y resulta que estaba vivo todavía y le dije
déjelo que se muera en otro viaje me lo llevo, no me dice, llévatelo de
una vez para que vas a volver, pues ella ya estaba resignada a que iba
a morir, al siguiente día volvió mi comp. y ya se había muerto y se lo
llevó, la familia del Director de una de las orquestas que había aquí,
se la trajo mi comp. José a su casa, eran cinco, uno de los hijos como
de 12 años de edad, murió estando en medio de sus padres y no se dieron
cuenta, entonces mi comp. José lo sacó y lo echó en un saco de abrigo y
lo puso atrás de una de las puertas del zaguán, a esperar que se
muriera la mamá, para llevarlos juntos, esto fué en la mañana y en la
tarde murió la mamá Josefa y se los llevó.
En ese tiempo había aquí una muchacha muy católica de las que poco
habrá habido en este lugar, siempre usaba ropa negra y larga, era muy
bonita, muy blanca, nada más que era muy delgada, entonces dicho doctor
que ya lo mencioné al principio de ésta historia, la consiguió que se
casará con él, al poco tiempo se casaron por el civil, se llamaba Paula
Romero, ella era de aquí del lugar, cuando se iban a ir a vivir a
México, fuí a despedirme de ellos, cuando entré a su casa, me sorprendí
al ver una mesa grande calmada de calcetines llenos de dinero, pura
moneda oválica -en ese tiempo había billetes, cuando llegaron a México,
compraron dos casas, una para vivir y otra para rentar, al poco tiempo
volvieron para acá, porque Paulita tenía muchos familiares aquí,
anduvieron visitando, vinieron aquí a mi casa, y yo ya estaba casado,
la traía con la ropa muy corta y destapada, y una medalla muy grande de
puro oro, grande de más, y le dijo: Paulita enseña la medalla, no
necesitaba de enseñarme de lejos se veía, la hizo a un lado pero sin
voltear era muy vergonzosa, se volvieron a ir para México y allá murió
el doctor, entonces ella vendió las dos casas y se vino a vivir aquí,
puso una Botica y la hacía también de curandera y por fin vino muriendo
y hasta aquí es el fin.
Se me había pasado esto: La influenza terminó hasta fines de enero de
1919. El último que murió fue Chalo Navarro, de Manuel E. Cruz.
Aquí murieron 150 (ciento cincuenta), la mayor parte de jóvenes, en
Batuc 90, en Tepupa 60, en Suaqui 110, estos tres pueblos, eran
circunvecinos de aquí.
Paleografiado y relatado por
Lic. Juán Antonio Ruibal Corella.
QUE SUFRIO EL PUEBLO DE SAN PEDRO DE LA CUEVA EL AÑO DE 1918
Por: Enrique Y. Duarte
Julio 31 de 1981. San Pedro de la Cueva, Sonora, México.
A
fines de octubre de 1918, empezó la influenza Española, en este pueblo,
primeramente se enfermó un niño llamado Pastor Romero, hijo de José
Romero y Remedios Noriega de Romero, le pusieron cuarentena, por fuera
de su casa en la calle, pusieron unas piolas para que nadie pasara por
ahí, las provisiones que necesitaban se las ponían al otro lado de las
piolas para no tener contacto con las gentes que vivían donde estaba el
enfermo.
Como a los tres días murió el niño, en seguida se enfermó
la mamá y otro hijo y también murieron, al siguiente día, fue general
la enfermedad en todo el pueblo, hubo casas que no quedó nadie sin
enfermarse, cayeron todos el mismo día, a mi me dolió la cabeza todo el
día y eso fue todo, mis hermanos eran seis solteros y todos se
enfermaron, mi mamá y la mamá de mi mamá que ahí vivía con nosotros no
se enfermaron, en casa de Esther mi hermana calleron todos al mismo
día, ella, su esposo y 4 hijos, me los traje a todos a nuestra casa, en
una carretilla, heché viajes y viajes, en ese tiempo no había carros lo
mismo lo hice con mi hermana Lupe, su esposo y una niña que tenía,
también me traje a una hermana de mi mamá que se llamaba Antonia y seis
hijos, en total acabalamos veintidós enfermos, mi mamá y yo los
atendíamos día y noche, curándolos y dándoles alimentos y mi abuela
(María) era la cocinera para todos, como la tercer noche mi mamá la
venció el sueño y cayó al suelo en el corredor y luego comenzó a
roncar, traía una lámpara en las manos, y le cayó en las enaguas y
comenzaban a arderse cuando salí y se las apagué, y esto se volvió a
repetir igual enteramente la siguiente noche, porque no había descanso
ni de día ni de noche, de los veinte y dos enfermos nada más murió un
niño de seis años, llamado Adalberto hijo de Esther mi hermana y de
Manuel S. Encinas, teniéndolo acostado en medio de ellos, no se dieron
cuenta cuando murió, yo lo estuve atendiendo ya al fin, me pedía agua y
se la daba, ni bien ponía la cabecita en la almohada y otra vez agua,
ya me tenía enfadado, que después que se murió, me pudo mucho haberme
enfadado con él, lo saque al corredor y lo puse sobre una mesa y le
hablé a Amalia mi hermana, era su madrina, se levantó envoltijada
porque todavía estaba enferma, sacó una sábana y lo envolvimos, como a
Celia mi hermana de ocho años de edad era la última que atendíamos una
de las veces, ya la encontramos muriéndose ya sin habla, nada más con
la vista fija viendo las vigas, era de pura debilidad, luego acudió mi
mamá a darle una tasa de atole blanco con una cuchara de aceite
mexicano, era la medicina más eficaz en ese tiempo, se la dimos la
medicina es decir el atole con una cuchara, estaba acostada boca
arriba, tragaba con mucha dificultad, cuando terminó la taza, comenzó a
volver en sí, al rato ya comenzó a hablar, que si nomás nos tardamos
poco más, la hubiéramos encontrado muerta.
Después cuando se comenzaron a aliviar no tenían llene, mi mamá tenía
como unas 50 gallinas y todas las maté, además tenía unas 40 vigas para
hacer unas piezas todas las partíamos para leña.
Había un Doctor llamado Uribe Corona que todos los que atendía era
seguro la muerte, tenían que pagarle primero $20.00 veinte pesos,
menos, no iba, valían las vacas en ese tiempo $15.00 quince pesos; a mi
me vino en el pensamiento que este les daba veneno, para tener más
enfermos que atender, nosotros no lo quisimos ver aunque se nos vieran
unos muy graves, cuando supe que lo habían visto para que curara a
Florencio Nuñez hermano de Georgina de Juan Peñúñuri, luego dije para
mañana va a amanecer muerto, dicho y hecho, amaneció muerto, me subí a
la azotea para ver cuando lo sacaran para hecharlo a la carreta que
acarreaba a los difuntos al cementerio, era uno de los más amigos que
tenía, éramos más o menos de la misma edad. El que los sepultó a los
150 ciento cincuenta y que nadie le ayudó fue mi comp. José Trejo, el
los recogía en sus casas y los llevase al cementerio en una carreta de
hierro de su propiedad, estirada por una mula, en el cementerio había
una mesa grande y alli los dejaba para volver por otro viaje, cuando ya
pasaron de 15 los sepultaba, él solo abría el sepulcro; de una de las
veces subiendo la cuesta al cementerio se le reventaron las cadenas de
la carreta y se le hizo un desparramo de difuntos, los volvió a echar a
la carreta, otra de las veces traía unos de la calle Sinaloa y en el
camino revivió una muchacha y se devolvió a dejarla, cuantos llevaría
desmayados y los enterró, porque hubo casas que no quedó ni quien les
diera un vaso de agua.
Yo me daba cuenta de los que morían todos los días, porque acarreaba
agua en un caballo y me encontré con mi comp. José y me decía, un día
murieron 21 veintiuno, una de las veces que llevó un viaje en la noche
y había luna muy clara, vió de las que tenía en la mesa que lo llamaba,
me dijo: hoy comp. se me pararon los cabellos y el sombrero y me quedé
estancado, no me podía mover, no le miento comp. al rato me cobré y me
armé de valor, y dije: no me voy sin desengañarme y me acerqué a la
mesa, y resulta que uno de los muertos tenía un brazo parado y la manga
de la camisola tenía un puño desabrochado y estaba haciendo viento y le
estaba volando el puño y eso era lo que vi que me llamaba, se me
afiguró que era mano, nomás no me desengaño me vengo y no vuelvo de
noche.
Otro día al pasar por la calle Jiménez me habló Doña Margarita F. de
Escamilla (alias la Tuca), por ese nombre nomás la conocíamos, para que
me llevara a su hijo Ignacio como de 25 años de edad, y entré a sacarlo
para echarlo a la carreta y resulta que estaba vivo todavía y le dije
déjelo que se muera en otro viaje me lo llevo, no me dice, llévatelo de
una vez para que vas a volver, pues ella ya estaba resignada a que iba
a morir, al siguiente día volvió mi comp. y ya se había muerto y se lo
llevó, la familia del Director de una de las orquestas que había aquí,
se la trajo mi comp. José a su casa, eran cinco, uno de los hijos como
de 12 años de edad, murió estando en medio de sus padres y no se dieron
cuenta, entonces mi comp. José lo sacó y lo echó en un saco de abrigo y
lo puso atrás de una de las puertas del zaguán, a esperar que se
muriera la mamá, para llevarlos juntos, esto fué en la mañana y en la
tarde murió la mamá Josefa y se los llevó.
En ese tiempo había aquí una muchacha muy católica de las que poco
habrá habido en este lugar, siempre usaba ropa negra y larga, era muy
bonita, muy blanca, nada más que era muy delgada, entonces dicho doctor
que ya lo mencioné al principio de ésta historia, la consiguió que se
casará con él, al poco tiempo se casaron por el civil, se llamaba Paula
Romero, ella era de aquí del lugar, cuando se iban a ir a vivir a
México, fuí a despedirme de ellos, cuando entré a su casa, me sorprendí
al ver una mesa grande calmada de calcetines llenos de dinero, pura
moneda oválica -en ese tiempo había billetes, cuando llegaron a México,
compraron dos casas, una para vivir y otra para rentar, al poco tiempo
volvieron para acá, porque Paulita tenía muchos familiares aquí,
anduvieron visitando, vinieron aquí a mi casa, y yo ya estaba casado,
la traía con la ropa muy corta y destapada, y una medalla muy grande de
puro oro, grande de más, y le dijo: Paulita enseña la medalla, no
necesitaba de enseñarme de lejos se veía, la hizo a un lado pero sin
voltear era muy vergonzosa, se volvieron a ir para México y allá murió
el doctor, entonces ella vendió las dos casas y se vino a vivir aquí,
puso una Botica y la hacía también de curandera y por fin vino muriendo
y hasta aquí es el fin.
Se me había pasado esto: La influenza terminó hasta fines de enero de
1919. El último que murió fue Chalo Navarro, de Manuel E. Cruz.
Aquí murieron 150 (ciento cincuenta), la mayor parte de jóvenes, en
Batuc 90, en Tepupa 60, en Suaqui 110, estos tres pueblos, eran
circunvecinos de aquí.
Paleografiado y relatado por
Lic. Juán Antonio Ruibal Corella.
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Re: INFLUENZA ESPAÑOLA EN SONORA
Miér 28 Abr 2010, 9:49 pm
Tá canijo eso de decir llévate a enterrar a mi hijo aunque esté vivo, de todos modos se va a morir...
Aparte de esto, se fijaron lo que costaba una vaca en ese tiempo: $15.00 . Ahora
imagínense encontrar un entierro de unos $200,000.00 oro de entonces
Aparte de esto, se fijaron lo que costaba una vaca en ese tiempo: $15.00 . Ahora
imagínense encontrar un entierro de unos $200,000.00 oro de entonces
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